La dieta emocional: ¿por qué nos saltamos la dieta? ¿por qué pensamos que siempre nos merecemos comida como premio?
En la batalla contra la báscula vence quien se acostumbra a comer solo cuando el cuerpo tiene hambre de verdad. Bienvenida a la dieta emocional.
Existe una estadística preocupante (y espeluznante): cuando una mujer alcanza los 45 años de edad, es probable que haya intentado seguir 61 dietas. Eso significa que son más de dos al año si has empezado a los 16, y evidencia que, aunque no estés incluida en esta estadística, seguro que en algún momento de tu vida has intentado hacer una dieta relámpago.
Las mujeres están hartas de probar todo tipo de dietas: Atkins, Weight Watchers, 5:2 (la llamada Dieta Rápida), Dukan, la del índice glucémico, la del tipo de sangre, la de la sopa de repollo y así hasta el infinito...
Esta paradoja ha captado la atención de varios expertos en conducta, que creen que ya es hora de dejar de obsesionarnos con lo que comemos, y pensar en por qué lo comemos. «Lo de la industria dietética es indignante porque se enriquece a costa de incitar a la gente a odiar sus cuerpos. Es en parte culpable de este desastre», reivindica Paul McKenna, conocido escritor de libros de autoayuda y autor del reciente «How to Control Emotional Eating» («Cómo controlar el apetito emocional»).
«Estamos ante una epidemia de obesidad que afrontamos de manera totalmente equivocada. Las dietas –¡todas!– no son más que una sucesión de recetas –continúa–. Si de verdad existiera una receta que funcionara, ¿no la habríamos encontrado ya? Mi opinión es que debemos centrarnos en la relación entre emociones y conducta alimentaria.»
Otro gurú de la salud, el médico y escritor de origen indio Deepak Chopra, coincide con McKenna. En su último libro, «What Are You Hungry For?» («¿De qué tienes hambre?»), Chopra argumenta que nuestras cinturas se ensanchan porque comemos para llenar un vacío emocional. «Pensamos que estamos hambrientos de comida. Pero realmente lo estamos de otras cosas: amor, atención, aprobación...»
Comida como terapia
¿Pero qué es lo que queremos decir exactamente con el término «apetito emocional»? Después de todo, todos tenemos experiencias anímicas relacionadas con la comida. Piénsalo un momento. ¿Cuántas veces esta semana has imaginado tu próxima comida? ¿O tu última celebración con sentimiento de culpa? Tendrías que ser una máquina para separar del todo tus sentimientos de la comida. La clave para identificar al comedor emocional, sin embargo, no es pensar en aquel que experimenta una emoción cuando come, sino más bien al revés. La psicóloga y nutricionista Susan Albers nos aconseja hacernos una pregunta a nosotros mismos: «¿Puede una emoción cualquiera, que sientes en algún momento del día, empujarte a comer?». Otra psicóloga, Jane McCartney, va un paso más allá al explicar que el comedor emocional puede llegar a querer modificar sus sentimientos a través de la comida. «Normalmente trata de suprimir alguna emoción frustrante», afirma. Ambas han escrito nuevos libros sobre el tema, sumándose a la opinión de que nos encontramos frente al quid de la cuestión, y que si conseguimos separar las emociones de la comida, podríamos realmente cambiar nuestros (malos) hábitos y la manera en que nos vemos a nosotros mismos.
Solo lo que necesitas
Desde que hice un curso de comida consciente (una forma de meditación que te enseña a ser responsable de tus sensaciones de hambre y saciedad), aprendí que es posible medir la cantidad de comida que mi cuerpo necesita sin la ayuda de una dieta. Si comes despacio –preferiblemente masticando al menos 20 veces cada bocado– y sin distracciones, te das cuenta de que no es necesario ni ir deprisa, ni contar puntos, ni calcular calorías ni, por supuesto, evitar determinados grupos alimentarios. Formo parte, según McKenna, de la minoría afortunada, porque cerca del 75% de la gente que se pone a dieta no podrá mantener el peso conseguido, incluso lo aumentará una vez que deje de hacerla.
¿Cómo influye el estado de ánimo o el estrés en la nutrición?
Beatriz Larrea, nutricionista y especialista en holística, nos explica que: "Es muy importante saber relacionar estos conceptos con la nutrición; por un lado, los niveles altos de estrés hacen que las hormonas como el cortisol, la adrenalina y la noradrenalina se disparen, creando un estado de pelea en el cuerpo que hacen difícil controlar la alimentación (ya sea por ansiedad como por falta de apetito).
Por otro lado, el estado de ánimo influye más de lo que a priori se pueda pensar; por ejemplo, una persona sabe que no debería comer galletas, pero lo sigue haciendo sobretodo, en determinados momentos en los que el estado de ánimo afecta hasta tal punto que piensan que ciertos alimentos les van a dar felicidad. Hay que atacar el problema de fondo, ese vacío que tiene la persona y que intenta llenar con comida, de lo contrario nunca será capaz de alcanzar una salud óptima ni por supuesto perder peso".