Marie Claire

Cómo se hizo: Desnudas

Virginia Galvin. MADRID, 18 de junio de 2007. Isabel Muñoz se calza su camisa de seda beige, sus leggings de terciopelo y unas bailarinas minutos antes de comenzar a disparar. Es como el ritual indumentario de los toreros, pero sin testigos. Y la camisa siempre está impecablemente planchada, porque a la ceremonia de la fotografía ella se acerca con respeto ético y estético. Con su melena impecable, su piel transparente y una sonrisa que termina las frases que ella deja en el aire. En su estudio, un loft madrileño, querrías quedarte a vivir. Hay luz más del sur que de la capital, mucho blanco, enormes fotos que son ella, silencio y tres cajas fuertes de banco propias de películas de gangsters que le regalaron esos amigos que conocen lo fetichista que la catalana no ejerciente puede ser (su otra pasión, los zapatos). Bien, arrancamos nuestro reportaje un lunes de mayo, con cálidos cafés con leche y muchas dudas. La causa valía el empeño, pero desnudar a mujeres sobre un fondo negro y con dos grandes focos apuntando a su piel no parecía tarea fácil. Así que cruzamos los dedos y saludamos a Paula Echevarría, que llegaba dispuesta a enseñar...¡su boca! Verás, Paula, esto pretende ser una cruzada por el cuerpo, por su aceptación. Querríamos que nos enseñaras piel...¿De cuánta piel estamos hablando? Llamada inmediata a su mánager, que abandona una rueda de prensa para personarse en el estudio con suspicacia en vena. Y entonces Isabel, con su voz suave, sus frases a jirones y su trabajo en la mano, para enseñarla, toda humildad, lo que hace y cómo lo hace. Y la mánager que va cediendo, y la sesión que comienza. Y Paula con camisa blanca, que caerá al final. Feliz y convencida de su desnudo. Y así fue. Una por una. Beatriz de Orleans, que se iba a marchar pero se quedó; Anabel Alonso, que ni se lo pensó antes de quitarse la ropa y, muerta de risa, hacer todo lo que le pedía Isabel. O el terremoto Antonia Dell Atte, que tiró la borla del maquillador en plan passione italiana, pero se quitó la ropa por primera vez en su vida delante de una cámara, diciéndole al ayudante de fotografía que no le mirara sálvese la parte. Pero luego, en la entrevista, ya no era ella, sino una mujer tímida, nada parecida a lo que muestra en las pantallas del cuore. Y de repente fuimos nosotras, las mujeres de Marie Claire, las que nos desnudamos, porque pensábamos que en una cruzada hay que dar ejemplo. ¿Quién se quita antes el sujetador? ¿Y la braguita? Y Roberto, mano derecha de Isabel, que nos cuenta trucos para salir favorecidas: "Apoyad el peso en la nalga que no mostráis, levantad el mentón, venga chicas, estáis preciosas! Y las preciosas, que en realidad nos sentíamos desprotegidas, inseguras, pasadas de kilos; algunas aferradas al sostén en plan "no nos moverán". Todas preocupadas por la carne y sus efectos lorza, fuimos empezando a disfrutar. "Dios mío, le he visto todo a fulanita. Nunca más podré mirarle a la cara", dijo Patricia Colao, una de las nuestras. Y el momentazo en el que Joana Bonet aparece en el estudio y nos ve desde lo alto de la escalera, muda de asombro, y saluda con un "qué bien os han maquillado". Y la risa, que hizo que tras dos horas de incomodidad (con las agujetas consiguientes) termináramos saltando en grupo. Desnudas y libres. (Un material que se guarda en una caja fuerte tan segura como las de Isabel). Y después de cada sesión, cinco días en este lugar de acogida, a revisar con David, el alter ego de Isabel, el resultado. Y siempre la frase final de la fotógrafa, ya vestida de calle: "Hay muchas, hay muchas, lo difícil es elegir".

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Virginia Galvin. MADRID, 18 de junio de 2007.

Isabel Muñoz se calza su camisa de seda beige, sus leggings de terciopelo y unas bailarinas minutos antes de comenzar a disparar. Es como el ritual indumentario de los toreros, pero sin testigos. Y la camisa siempre está impecablemente planchada, porque a la ceremonia de la fotografía ella se acerca con respeto ético y estético. Con su melena impecable, su piel transparente y una sonrisa que termina las frases que ella deja en el aire.

En su estudio, un loft madrileño, querrías quedarte a vivir. Hay luz más del sur que de la capital, mucho blanco, enormes fotos que son ella, silencio y tres cajas fuertes de banco propias de películas de gangsters que le regalaron esos amigos que conocen lo fetichista que la catalana no ejerciente puede ser (su otra pasión, los zapatos).

Bien, arrancamos nuestro reportaje un lunes de mayo, con cálidos cafés con leche y muchas dudas. La causa valía el empeño, pero desnudar a mujeres sobre un fondo negro y con dos grandes focos apuntando a su piel no parecía tarea fácil. Así que cruzamos los dedos y saludamos a Paula Echevarría, que llegaba dispuesta a enseñar...¡su boca! Verás, Paula, esto pretende ser una cruzada por el cuerpo, por su aceptación. Querríamos que nos enseñaras piel...¿De cuánta piel estamos hablando? Llamada inmediata a su mánager, que abandona una rueda de prensa para personarse en el estudio con suspicacia en vena. Y entonces Isabel, con su voz suave, sus frases a jirones y su trabajo en la mano, para enseñarla, toda humildad, lo que hace y cómo lo hace. Y la mánager que va cediendo, y la sesión que comienza. Y Paula con camisa blanca, que caerá al final. Feliz y convencida de su desnudo.

Y así fue. Una por una. Beatriz de Orleans, que se iba a marchar pero se quedó; Anabel Alonso, que ni se lo pensó antes de quitarse la ropa y, muerta de risa, hacer todo lo que le pedía Isabel. O el terremoto Antonia Dell Atte, que tiró la borla del maquillador en plan passione italiana, pero se quitó la ropa por primera vez en su vida delante de una cámara, diciéndole al ayudante de fotografía que no le mirara sálvese la parte. Pero luego, en la entrevista, ya no era ella, sino una mujer tímida, nada parecida a lo que muestra en las pantallas del cuore.

Y de repente fuimos nosotras, las mujeres de Marie Claire, las que nos desnudamos, porque pensábamos que en una cruzada hay que dar ejemplo. ¿Quién se quita antes el sujetador? ¿Y la braguita? Y Roberto, mano derecha de Isabel, que nos cuenta trucos para salir favorecidas: "Apoyad el peso en la nalga que no mostráis, levantad el mentón, venga chicas, estáis preciosas! Y las preciosas, que en realidad nos sentíamos desprotegidas, inseguras, pasadas de kilos; algunas aferradas al sostén en plan "no nos moverán". Todas preocupadas por la carne y sus efectos lorza, fuimos empezando a disfrutar. "Dios mío, le he visto todo a fulanita. Nunca más podré mirarle a la cara", dijo Patricia Colao, una de las nuestras.

Y el momentazo en el que Joana Bonet aparece en el estudio y nos ve desde lo alto de la escalera, muda de asombro, y saluda con un "qué bien os han maquillado". Y la risa, que hizo que tras dos horas de incomodidad (con las agujetas consiguientes) termináramos saltando en grupo. Desnudas y libres. (Un material que se guarda en una caja fuerte tan segura como las de Isabel). Y después de cada sesión, cinco días en este lugar de acogida, a revisar con David, el alter ego de Isabel, el resultado. Y siempre la frase final de la fotógrafa, ya vestida de calle: "Hay muchas, hay muchas, lo difícil es elegir".

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