El apartamento de Coco Chanel: el decorado de una vida
31 de la rue Cambon, segundo piso. Una dirección, tres estancias. Reconstruimos la leyenda de Coco Chanel a través de un testigo silencioso y el más fiel de su vida, su apartamento.
En la historia de la moda, hay refugios creativos con estatus de santuarios que arrastran una leyenda a la altura de la de sus dueños. Espacios mitológicos como la idílica casa de verano en Normandía de Christian Dior, el marroquí Jardín de Majorelle de Yves Saint Laurent, la mansión de estilo versallesco en Miami de Versace o el apartamento parisino de Gabrielle Coco Chanel.Todas las personas que han pisado el segundo piso del número 31 de la rue Cambon –la última en hacerlo ha sido la protagonista de este reportaje, Alma Jodorowsky– han indagado en su atmósfera buscando las huellas de la modista. Como si a través de los objetos que lo habitan fueran a revelarse los detalles de una vida cuya protagonista se encargó, también aquí, de fabular a su medida. Los hay, como la fotógrafa (y directora de Cincuenta sombras de Grey) Sam Taylor-Johnson, autora de 34 fotografías del apartamento tituladas Second Floor, que incluso afirman que el espíritu de su dueña no solo se manifiesta en cada detalle, sino que campa a sus anchas por las tres estancias entre el humo de un cigarrillo y una ráfaga de Nº 5.
En la intimidad
Pero por mucho que dictase sentencia (otra más) con la frase “la decoración es la proyección natural del espíritu”, la propia Chanel se reservó los aspectos más íntimos de su cotidianidad para la suite del Ritz en la que comía y dormía. En el 31, recibía. Era su decorado. Un espejismo al que se accede desde otro juego de espejos, esta vez más literal, el de la escalera art déco que vertebra los tres pisos y desde cuyo quinto escalón, la modista era testigo en la sombra de las reacciones que suscitaban sus desfiles, celebrados en la planta baja.
La historia detenida

El apartamento de Chanel: el decorado de una vida
Detenido en un tiempo y espacio sin determinar –estilísticamente cultiva el eclecticismo mientras que, cronológicamente, permanece en enero de 1971, fecha de su muerte–, el apartamento de Chanel, hoy mausoleo, se pone al servicio de su propia narrativa. Las constantes en su trabajo se observan en objetos como el candelabro de cristal que entrelaza la forma la forma del ‘5’ con la de las dos ‘C’. Su proverbial superstición se revela en las bolas de cristal que reposan sobre una mesita de café junto a unas cartas del tarot, en las figuras con forma de león que se refieren a su signo zodiacal y las espigas de trigo que simbolizan la abundancia desde algún rincón.
Los amigos
Las célebres amistades que cultivó a lo largo de su vida se personan en un cuadro pintado por Salvador Dalí o en una mano esculpida por Alberto Giacometti. Y las manías que marcaron el final de su vida permanecen en los biombos de laca de Coromandel que utilizaba para entorpecer la salida a sus invitados y evitar quedarse sola.Aquí, cada pertenencia ha sido testigo de la historia y tiene una propia que contar. Como las cajas plateadas que le regaló el duque de Westminster cuyo interior de oro la guiaron hacia el verdadero lujo; el que va de dentro afuera. De ellas tomó la inspiración al diseñar chaquetas en las que el forro de piel escapa a la vista.
Si la eterna señorita siempre se guardó de tapar las sombras de su infancia de inclusera con las luces de sus triunfos profesionales, el cuartel general desde el que vistió al mundo no iba a ser menos. Satisfará los apetitos más voayerísticos, pero no despeja los claroscuros del complicado personaje. O como su amigo, el escritor Paul Morand expresó a modo de cita (recogida en El aire de Chanel, editorial Tusquets): “Gabrielle construyó todo según sus necesidades, como Robinson Crusoe se construyó su cabaña”.