
21 libros con los que viajarás sin salir de casa
Salimos para Hanói y hacemos escala en Nueva York. De regreso, parada exprés en Osaka, Enugu y Nápoles. Esta vez, los billetes están en la librería.
Estas vacaciones, los billetes que cuestan menos de 30 euros son de papel. Tienen forma de libro. Esta es una verdad sólida, de cemento. La de ser persona es una idea plástica, arcillosa. Cambia en las manos de cada ser humano. Con una naturaleza racional y un cuerpo predispuesto en vertical, cabeza enclavada entre los hombros, torso alargado y cuatro extremidades subdivididas en cinco dedos, a todos no les vale. Algunos para ser persona necesitan una taza de café. En el tiempo que transcurre entre que los ojos se abren y el líquido negro les cosquillea el sistema nervioso solo son cáscaras de humanidad. Otros, para personarse, necesitan montarse en un avión. En casa no se hallan. Algo les falta. Bajaron a la tierra para encarnarse en sus madres y el alma se les escindió. Se les dividió en dos. Un pedazo llegó a sus cuerpos y el otro se desparramó por algún lugar de India. Allí que van a encontrarse a sí mismos todos los veranos. Solo a más de 7.200 kilómetros son, por completo, personas.
Los especímenes de alma intercontinental son fáciles de identificar. Llevan tatuada en el interior de la muñeca la silueta de un mapamundi y entre las costillas, en tipografía Courier, la palabra wanderlust. Tienen un talento que enciende bulos e induce a la paranoia: el don de encontrar billetes de avión a 30 euros. Algunos, sostienen, volaron a Australia por cinco céntimos.
Las playas blanquecinas enladrillan sus perfiles de Instagram. La arena se decolora en los bordes y ellas, minúsculas contra la naturaleza, giran medio cuerpo y alzan la mano con el signo de la victoria en el índice y el corazón. El rostro aparece siempre semicubierto por el pelo. De la persona wanderlustiana se debe intuir, nunca saber. Nadie conocerá tampoco si la señora vestida de naranja que lleva la colada en un barreño de madera sabía que el individuo wanderlustiano le hacía una foto para su Instagram o si el líquido rosa en jarra de mermelada, hashtagueado con #cheers, era un cóctel tropical o medio litro de Tang de fresa. Su alojamiento predilecto es verdaderamente una red wifi.
Pero ellos, en su excursión a sí mismos, tendrán que mirar de reojo, mientras remueven el bol de açaí y chía, la sospechosa mancha naranja de la colcha del hotel y tú no. La tuya está limpia y huele a casa. A ti no se te llenará el bálsamo labial de granitos de arena. Los bordes de la funda de tu móvil no crujirán cuando enciendas y apagues el sonido. Una gotita de sudor no te recorrerá la espalda mientras esperas en la pista de despegue a que el personal del aeropuerto te deje embarcar en tu avión low cost. Las plantas de los pies tampoco se te freirán sobre la arena de una playa de Bali de regreso al hotel. Y eso que tú también vas a viajar. A Hanói y a París. A Sao Paulo y a Osaka. A Ibiza y a Nápoles. Hasta a Corea del Norte. Sin moverte de la cama, de la hamaca o del sofá. Dueña del clima. Sol con el flexo, nubes con el visillo. Señora de los grados centígrados. Tu centro, el mando del aire acondicionado y la rosca del calefactor.
Los billetes que cuestan menos de 30 euros son estos libros. Para los otros, paciencia. Llegarán.

El calor de Sao Paulo se pega en la cotidianidad de Óscar y Marcela, empeñados en comprar el apartamento (aún ocupado por una vecina de descendencia peliaguda) de al lado para agrandar su casa. En Acre (Ed. La Huerta Grande), de Lucrecia Zappi, pasado y presente se trenzan para desenredar la línea argumental.

Tess, veinteañera de provincias, llega a Nueva York en el verano de 2006. Desde un restaurante de lujo descubrirá los nombres de todos los tipos de uva con los que se hace el vino, el desamor, las calles de Williamsburg, alguna droga y la poesía. Date prisa: Dulceagrio (Ed. Malpaso), la primera novela de Stephanie Danler, se estrena como serie a principios de mayo.

El calor húmedo de Vietnam se pega a las sábanas de Juliet, hija de un diplomático australiano, y el camarero que conoció en una fiesta. Entre la embajada, un restaurante y un pequeño apartamento de los suburbios de Hanói se trenzan las vidas de cuatro expatriados. El despertar (Ed. Alianza) de Line Papin, de 22 años, ganó en 2016 el Premio Transfuge a la mejor primera novela francesa.

Tras cursar el último año de Bachillerato, Andrea se va a vivir a casa de su abuela. Entre familiares erráticos, recuerdos de infancia, amistades fallidas y despensas vacías, la joven comenzará la universidad. Con Nada (Ed. Destino), ambientada en la Barcelona de la posguerra, Carmen Laforet ganó la primera edición del Premio Nadal. Tenía 23 años.

El periodista Enric González hace de sus días como corresponsal en la capital inglesa una crónica que se convierte, sin pretenderlo, en una ligerísima guía de viajes. En su Historias de Londres (Ed. RBA) las anécdotas personales se revuelven con las direcciones de librerías antiguas, los nombres de los mejores clubes de copas y las calles con los mayores índices de asesinatos.

Y así se llama la novela. Ni Magaluf es España ni Londres, Reino Unido. Jonathan Coe recupera a los personajes de sus novelas anteriores y los aliña con limón. Ahora, el Brexit, el racismo y los nervios tensados se filtran a través de la sátira a lo largo de 528 páginas.

Nathan regresa a Brooklyn para morir. Mientras se repone de un cáncer de pulmón y espera a la muerte, escribirá El libro del desvarío humano. Pero su brillante sobrino Tom, taxista después de varios baches en la universidad, el dueño de una librería y una vecina le dejarán cumplir sus deseos. Ni morirse ni escribir. En Brooklyn Follies (Ed. Anagrama), Paul Auster juega a plegar y destapar coincidencias y casualidades.

Durante la Gran Depresión estadounidense, la familia Joad debe abandonar su granja de Oklahoma. Abuelos, hijos y nietos se encajonan en un coche de camino a California. Allí, les cuentan, hay trabajo para todo el que esté dispuesto a recolectar la cosecha. En Las uvas de la ira (Ed. Tusquets), el Nobel John Steinbeck escribe a la familia y al poder desmadejado.

Una mañana antes de ir a trabajar, el marido de Yeonghye la encuentra sentada frente a la nevera, rodeada de bolsas de pollo, bacon y costillas. Ha soñado que una vaca la miraba a los ojos y ha decidido hacerse vegetariana. Durante 240 páginas, tres narradores externos observarán a Yeonghye plegarse a su nuevo estilo de vida. En 2016, la edición internacional del Man Booker Prize premió el amargor de la novela breve de Han Kang.

Tiene trece años y la obligación urgente de comenzar a trabajar. En las familias del barrio el dinero solo gotea. En la zapatería encontrará a don Raffaellino, un judío al que le crecen alas en la joroba, y a la salida, a Maria, su primer amor. En Montedidio, Erri de Luca busca la belleza en el lenguaje y en los rincones de la trsiteza.

Bandi pertenecía a la asociación oficial de escritores de Corea del Norte. Tenía que hacerlo si quería escribir. Y era lo que quería. Acabó dejándolo: no era compatible con las tareas de obrero que le había asignado el gobierno. Entre horas logró componer las historias de los amigos y los familiares que desaparecían a su alrededor. En 2014, tras haber cruzado la frontera escondido entre las páginas de la Antología de textos de Kim Il-Sung, sus relatos fueron publicados en Corea del Sur bajo el título La acusación. Tuvieron que ser editados con pseudónimo. Bandi en coreano significa luciérnaga, el insecto volador que emite luz en la oscuridad.

En la Europa de entreguerras, el periodista catalán Josep Pla recorrió las principales capitales del continente. Los relatos de La vida amarga, pedazos de dietario novelados, viven entre pensiones italianas, casas de señoras alemanas y paseos por St. James’s Park. Con Pla, los detractores del subrayado de libros se lo piensan dos veces.

El truculento humor de Amélie Nothomb desbordó en el año 2000 su Metafísica de los tubos. En la brevísima novela (167 páginas), la hija de tres años del embajador belga en Osaka piensa, charla, manipula a su niñera, se tira a un estanque con carpas, roba chocolatinas y se proclama Dios en la Tierra.

Todo va bien en casa de Kambili y Jaja. Pueden comprar lo que quieran y acuden a un colegio privado de Enegu, al sudeste de Nigeria. Todo comienza a torcerse tras visitar a su tía Ifeoma. En su pequeño piso descubren el respeto a las ideas ajenas, la ternura y el diálogo de lod que su padre, un fanático religioso con éxito en los negocios, los privaba. Por La flor púrpura, Chimamanda Ngozi Adichie obtuvo el primer puesto en el Commonwealth Writers Prize.

La belleza de Lisboa se descascarilla bajo la dictadura y las vidas de Ofelia, Margarida y María do Ceu se entrelazan. En Donde quiera que yo esté (Ed. La Huerta Grande), la crítica italiana Romana Petri refresca el corazón del Portugal de los años 40 con una historia sobre el amor. Materno y romántico.

De niña, Laura Ferrero preguntaba a sus padres si Groenlandia era una isla. Algo tan grande y festoneado, solo en la coronilla del mundo, merecía un nombre propio. La protagonista de Qué vas a hacer con el resto de tu vida (Ed. Alfaguara), su primera novela, hereda la duda. Su padre, cartógrafo, se dedica a contar islas y ella se ha criado en Ibiza. De la escritora alquila su nombre, su trabajo y su huida a Nueva York. Busca culpas y razones que expliquen el archipiélago en dilatación que es su familia.

Lucas no está seguro de lo que está haciendo, pero lo va a hacer. Lleva meses planeándolo. Conoció a Guerra en un festival de literatura hace más de un año y ahora la volverá a ver. Ya está camino de Montevideo. Su mujer y su hijo creen que solo viaja desde Buenos Aires para esquivar las restricciones cambiarias argentinas. En La uruguaya (Ed. Libros del Asteroide), Pedro Mairal despoja al protagonista de heroicidades y ahorros.

En los años 80, un grupo de lectores se reúne en el madrileño Café Comercial para desentrañar los misterios de la novela negra. Entre ellos solo se conocen por pseudónimos. Spade, autor de historias de detectives y romances, acaba arrastrado a una intriga con muertos, venganzas y pistolas abandonadas. Y con él, el club. Por Los amigos del crimen perfecto (Ed. Destino), Andrés Trapiello se hizo con el Premio Nadal en 2003.

La tranquilidad se resquebraja en Shaker Heights cuando Mia Warren y su hija Pearl se instalan en la comunidad de Cleveland, Ohio. A través de las reglas rotas del vecindario, Celeste Ng desmenuza en Pequeños fuegos por todas partes los impulsos de la maternidad y la serenidad fingida de los planes a largo plazo. Corre a la librería antes de que Reese Witherspoon y Kerry Washington estrenen la adaptación que preparan ya para Hulu.

Y Barcelona y París.
A Gina no le da la vida. Tiene decisiones que tomar y poco tiempo para hacerlo. ¿Hijos? Ya va tarde. Para una cosa que le da la vida y tenía que ser un diagnóstico: Gina, al borde de la treintena, tiene esclerosis múltiple. En 153 páginas, la tarraconense Maria Climent alivia el dolor y la precariedad con canciones de los Pixies.

En El país donde florece el limonero lo que florece es el humor. Helena Attlee entrecruza anotaciones personales y históricas para refrescar el relato de los cítricos en Italia. En 320 páginas, la mermelada, las batallas de naranjas y el sol de Amalfi cogen peso y carrerilla por la península itálica.