La violencia islamista y los sospechosos futuros yihadistas
Nos surge una pregunta aterradora: cómo hacer frente a una nueva generación criada en la violencia islamista, sospechosa de convertirse en futuros yihadistas.
IRAK, HIJOS DE DÁESH
Tres años después, el Estado Islámico encarna la única referencia para miles de niños adoctrinados y aislados. Algunos fueron capaces de escapar de esta locura asesina, otros todavía siguen en Raqqa, en Mosul. Al inicio de la era post-EI, surge una pregunta aterradora: cómo hacer frente a una nueva generación criada en la violencia islamista, sospechosa de convertirse en futuros yihadistas.
En el campo de refugiados a las afueras de la ciudad iraquí de Tikrit, las tiendas de "las viudas del Dáesh" forman un barrio aparte. La mayoría cumple el código de vestimenta del Estado Islámico y viste la niqab negra. Una "segunda piel", dice Inas en voz baja. La joven de 16 años fue obligada por su tío, oficial de policía, a casarse con un yihadista muerto en combate cuando estaba embarazada. Inas se ha quedado sola con un bebé que carece de partida de nacimiento o documento oficial. Su única identidad: "Hijo del Dáesh", dice ella.
A su lado, Adiwiha, casada en segundas nupcias con un yihadista muerto hace tres meses, habla incluso de venganza. Semanas después de que el ejército iraquí recuperara el control de su localidad, en la región de Sherqat, los atacaron los milicianos, destruyendo la casa donde vivía con la otra esposa de su marido y sus doce hijos. "Nos golpearon y arrastraron por el pelo tratándonos de terroristas. Sí, mi marido pertenecía al Dáesh. ¿Pero nosotros qué hemos hecho?", se pregunta la joven, que afirma haber preservado a sus hijos de la doctrina islamista. Cuando su hija de seis años regresó a la escuela, fue recibida a pedradas, y perseguida con gritos de "muerte al Dáesh".
"A ojos del mundo, incluso nuestros hijos son enemigos".
Tienda tras tienda, se repite el mismo estribillo amargo, 'ma ko moustakbal ' (no hay futuro).
Unas 500 familias sospechosas de tener vínculos con los combatientes del Estado Islámico malviven en el campo de prisioneros a 150 km de Bagdad, donde tienen confiscados los teléfonos y documentos de identidad. Muchos niegan su relación con la 'Organización' y achacan la situación a lazos familiares involuntarios, un homónimo desafortunado o un acto de venganza entre tribus rivales. Imposible saber la verdad.
Lo que es seguro es que, en nombre de la lucha contra el EI, las milicias paramilitares iraquíes acosan y practican detenciones abusivas, según un informe de Amnistía Internacional.
En esta caza de brujas, las mujeres y los niños no se salvan. Actualmente, 191 menores de 11 a 18 años están recluidos en el centro de detención de Erbil por "actos de terrorismo". Tras meses de detención, la mayoría aún no ha sido llevada ante un juez. Los detenidos mostrados a la prensa son seleccionados por la administración y solo pueden hablar ante tres funcionarios. El primero, de 17 años, refuta inmediatamente cualquier vínculo con el EI. Un supervisor interviene: "Tenemos fotos suyas en traje de campaña, y testigos de su participación en la organización". Detenido allí desde hace cinco meses, todavía no le han dejado llamar a su familia. "Me gustaría escuchar la voz de mi madre y saber si mis hermanos están bien", solloza el joven.
A su lado, se encuentra Youssef , de 13 años, que reconoce haber pasado "solo" dos semanas junto a los yihadistas. "Me alimentaron y prometieron un sueldo de 62.000 dinares iraquíes [49 euros] al mes". Tuvieron tiempo de someterlo a un lavado de cerebro: "Me dijeron que a los mártires les esperan huríes [vírgenes] en el paraíso. Podría haber matado por ellos", admite.
La mala educación
Durante casi tres años, el EI y sus valores fundamentales, violencia y religión, han sido la única referencia para miles de niños aislados. Dirigido por un organismo equivalente a un Ministerio de Educación, la 'Organización' ha establecido su propio plan de estudios para capacitar a las nuevas generaciones y asegurar la supervivencia del Califato. Hasta en los libros de matemáticas, donde aprenden a contar, las bombas han sustituido a las manzanas. A medida que las fuerzas iraquíes avanzan, el post-EI emerge con una aterradora incógnita: ¿cómo revertir esta forma de pensar que ha sido la norma durante tres años?
"Nadie pensó que el Dáesh podría desarrollar una estrategia a largo plazo, que fuera capaz de transmitir sus ideas a nuestros hijos", suspira el doctor Abdullah. Con gafitas y maletín, el hombre se mueve entre la aglomeración de refugiados que huyen a diario en este mes de marzo de los combates al oeste de Mosul. Entre carros llenos de gente mayor, hordas de niños harapientos y mujeres de negro abrazando bebés en mantas polvorientas, el médico nos cuenta su lucha. "Tengo hijos encerrados entre cuatro paredes y yo mismo intento enseñarles, pero se pasan el tiempo golpeándose la cabeza y gritando 'Alá Akbar'." La guerra no terminará hasta que se extinga el extremismo.
A finales de febrero, 70 escuelas han vuelto a abrir en los barrios liberados al este de Mosul, entre puestos de control militares, ataques químicos y células terroristas durmientes. Tibara, de quince años, escanea las aspas de un helicóptero que baten el cielo negro sobre el patio de su escuela. "Hay días en que pienso que van a volver". En un acto reflejo, la estudiante se aprieta el velo alrededor de las mejillas. Ella querría hablar del placer recuperado de volverse a sentar en los bancos de la escuela después de tres años de interrupción. Pero cuando evoca el futuro, sus recuerdos la capturan.
"Cuando llegó el Dáesh, amenazaron con matar a todas las familias que no enviaran a sus hijos a sus centros educativos. Pasé allí un mes antes de que mis padres se arriesgaran a sacarme y esconderme en casa". De su estancia en la escuela yihadista, Tibara solo recuerda el entrenamiento militar –"nos enseñaron a construir bombas, a montar y desmontar un Kalashnikov"– y el día en que uno de sus compañeros, que había olvidado sus guantes negros, fue sometido a la tortura de un pinza metálica delante de toda la clase.
A cien kilómetros al sur de Mosul, en la ciudad de Sherqat, el río Tigris sirve de frontera natural entre las zonas liberadas y los puestos yihadistas. Cada día, decenas de civiles cruzan el río para escapar del terror y el hambre. Las orillas están llenas de colillas de cigarrillos fumados con avidez después de tres años de privación y las niqabs aparecen abandonadas por sus propietarias, una vez liberadas de sus grilletes. Wafa se deshizo de ella el primer día, pero las cicatrices son más profundas. En el centro de acogida temporal establecido en Sherqat para ofrecer descanso y alimento a los refugiados que llegan, Wafa mira con ansiedad a sus hijos, de siete, ocho y once años, que juegan a la guerra, en versión Dáesh. Uno hace de emir; otro de miliciano de la "Hisba", la brigada del EI; y el tercero, de un hombre con la barba demasiado corta que debe ser castigado.
Wafa casi se disculpa. Jura que hizo todo lo posible para mantener a sus hijos lejos de los militantes. Pero cuando les permitió ir a jugar al fútbol una hora al día, los niños fueron incorporados a la fuerza para orar en la mezquita. "Un día, en un control de policía, quisieron mostrarles cadáveres decapitados para que se hicieran hombres...", murmura. Desde entonces, el pequeño se niega a ceder al sueño. Para que se duerma, Wafa le tiene que leer el Corán durante horas. Su hijo mayor ya no la respeta: "El hombre manda", dice él sin parpadear.
La bondad de la ignorancia
Como la gran mayoría de los que huyeron de zonas controladas por los yihadistas, Wafa asegura que sus hijos nunca han asistido a la escuela obligatoria que estableció el EI en sus territorios. El tema es muy delicado: "Incluso por asistir una semana, los militares los detienen y encarcelan", dice Fatma, desde el campamento de refugiados de Tikrit. "Cuando el Dáesh abrió una madrasa en nuestro pueblo, envié a mi hijo para que estudiara. Lo saqué cuando vi sus libros de texto, pero ya era tarde". Denunciado por sus vecinos, su nombre pasó a la lista de colaboradores del EI. Así que, a su llegada al campo de Sherqat, hace cinco meses, el joven de 16 años fue detenido. Su madre no ha vuelto a tener noticias.
A unas tiendas de campaña de distancia, un niño de 13 años baila de un pie al otro, con los ojos fijos en el suelo. Su padre, un combatiente del EI, cayó en combate. Tras una larga vacilación, reconoce haber estudiado en una de estas madrasas varios meses. "Llevábamos ropa afgana. Se nos enseñó que si una mujer no iba oculta por completo, debía ser azotada, al igual que su marido. Si un niño roba, hay que cortarle la mano para que no lo haga de nuevo". Asegura no haber seguido más que los cursos teóricos sobre "Aqeedah", el dogma establecido por el EI, y que huyó antes de ser alistado en las brigadas infantiles suicidas. ¿Intenta esconder o disminuir los hechos?
Distinguir entre el compromiso voluntario y el adoctrinamiento forzado será uno de los principales retos post-EI. Mientras tanto, ningún programa de desradicalización ha sido implementado. Indefenso ante un adoctrinamiento político y religioso sin precedentes, el Estado iraquí es ambiguo en cuanto al destino de esta generación sospechosa de convertirse en la próxima generación de yihadistas. Los niños criados en la violencia islamista, que llevan en sus hombros el futuro de un país mártir.

Además de sufrir la guerra en Siria, niños, mujeres y familias enteras empiezan a sufrir malnutrición y falta de primeras necesidades como el agua.

Según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU, se vieron desplazados internamente dentro de Siria unos 6,6 millones de personas más, la mitad de ellas niños y niñas.

El grupo armado Estado Islámico sometió a miles de mujeres y niñas a esclavitud sexual y otros abusos.

En los campos de prisioneros conviven más de 500 familias sospechosas de estar vinculadas con el Dáesh.

Jovenes e inconscientes. En esta imagen podemos ver a uno de los niños enternados para matar, una de las tácticas principales de Dáesh.

Jovenes e inconscientes. En esta imagen podemos ver a uno de los niños enternados para matar, una de las tácticas principales de Dáesh.

Ilustraciones de los libros para niños que se utilizan con el objetivo de eliminar al enemigo.

Hasta en los libros de matemáticas, las bombas han sustituido a las manzanas, la forma indirecta de enseñar a los niños quiénes son sus enemigos y qué hay que hacer con ellos.

Las encierran y abusan de ellas por el hecho de haber estado con un terrorista. Hay mujeres que dejan de tener noticias de sus hijos para siempre.

Las conocidas como viudas de Dáesh malviven con sus hijos entre los escombros del conflicto.

Raqqa es el destino de las familias del Dáesh, la capital del ej´ército del Isis. En la foto, hombres y niños trasladándose a la capital del Isis.

Más de 30.000 mujeres embarazadas están en las regiones controladas por Dáesh, según un informe de abril del Centro de Estudios Quilliam Foundation.

Según Save The Children, más de 7,5 millones de niños sufren la guerra en Siria. 2 millines si quiera van a la escuela, y 13,5 millones precisan ayuda humanitaria.

Podemos ver cómo las mujeres van con sus hijos por las calles buscando comida o cosas necesaria que las ayuden a sobrevivir a la guerra que están sufriendo.

Alrededor de 4,8 millones de personas huyeron de Siria entre 2011 y el final de 2016, entre ellas, 200.000 convertidas en refugiadas durante 2016, según la agencia de la ONU para los refugiados. (ACNUR).