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Los planes y exposiciones en Madrid (y más allá) que no te puedes perder

El tiempo hay que trabajarlo. No pasa solo. Si pasa solo, se pasa. Y está a punto de acabar. Te llenamos el 'sprint' final, en Madrid y más allá, para que no llegues a enero con el corazón vacío, que es como se queda cuando el tiempo libre se desparrama.

En el invierno hay una trampa y una trampilla. El tiempo se escurre horario laboral abajo si no se mide. La media jornada lo filtra. Es el resultado de un complot de las máquinas de café de todas las salas de máquinas expendedoras del mundo occidental. Levantarse una hora antes y acostarse a la de siempre solo conduce a un sitio: el botón de café con leche de un robot acristalado. Todas las horas crecen, menos las de sueño.

El verano, por su parte, está vestido de posibilidad. Disfrazado. Solo finge que lo entrega todo. Se trata de una añagaza, de un cebo. De una mentira. Al verano hay que exigirle. El verano no da. El verano hay que trabajarlo. No pasa solo. Si pasa solo, se pasa. El tiempo libre descontrolado camina directo a la tristeza de los domingos por la tarde, a un vacío en el alma que chafa el corazón y puede equivocarse con una fibromialgia o un episodio de gases, pero solo son los espíritus de los inviernos pasados y futuros penándote por no aprovechar las horas de sol. El verano se disfraza de libertad y hay que vestirlo de planes. Los días sin vallas se vacían. El tiempo libre, para notarlo y que no resbale, necesita medidas.

Puedes atiborrarte a series (o a una serie, La Serie) y dejar que los episodios lo acoten. O atrincherarte en el cine tras un fuerte de nachos (repelente de ser humanos con garantías) y que sean las edades de los espectadores los que se encarguen de marcar el día y la noche.

Pero el sol ha acampado en el cielo y se merece que le hagan una visita. Una exprés, rápida, cuando no apriete. Fugaz. Que te toque solo en el trayecto de un edificio a otro. Que casi no te haga falta el protector solar.

En los fines de semana, el desayuno se alarga para que su nombre se acorte. Brunch. Los huevos benedictinos expulsan a las tostadas de la mesa, el zumo de naranja se vuelve verde, ahora de pera, apio y espinacas, y las torrijas se llaman tostadas francesas.

Los museos y las galerías se encargan de rebañar en invierno, en la ciudad, el resto de los días.

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