Los creadores de los años 70 curiosearon, viajaron en el tiempo, capturaron muchas influencias en busca de inspiración y crearon muchas modas que desde entonces cíclicamente regresan al estilo contemporáneo. Una de esas tendencias se denominó estilo eduardiano, y en su nombre las calles se llenaron de largos vestidos, estampados de flores con detalles metálicos, cuellos altos, cintas, chalecos, encajes… Pero, ¿cómo se forjó ese estilo, que es en realidad la amalgama de muchos otros?
Una revolución
En 1850 no todas las modas llegaban de París. Mientras las damas sufragistas reclamaban el voto vestidas como Mary Poppins, con corsés y mangas jamón –¿de qué otro modo las habrían tomado en serio?–, otras damas, apoyadas por maridos respetables, reclamaban una reforma de la indumentaria que las liberase para siempre de una cárcel de cinco siglos que impedía el movimiento y les robaba la salud.En Estados Unidos hubo manifestaciones, discusiones en prensa, debates encendidos… Y una audaz señora, Amelia Bloomer, que desde su revista The Lily propuso en 1851 a “todas las mujeres con sentido común” adoptar un “vestido racional”: pantalones bombachos a la turca, bajo un recatado vestido hasta media pierna. Tuvo que pasar mucho tiempo, pero la ya anciana Amelia aún pudo ver en la última década del siglo cómo se extendía por Europa el uso de los bloomers como uniforme ideal para practicar el ciclismo y los baños de mar. Para entonces, el 'vestido reformista' anidaba en la mente de las mujeres cultas y avanzadas de Gran Bretaña. La Sociedad del Vestido Racional exigía, en 1881, ropajes saludables, cómodos y bellos que, sin divergir de los estilos aceptados, liberara el cuerpo de la mujer. Su primer gran éxito llegó con la ropa interior, que podía ser modificada sin exponerse. Enseguida, el Movimiento por el Vestido Estético arremetió contra la ropa que deformaba el cuerpo, reclamando una belleza natural y armónica. Una de las protagonistas de esta corriente fue la esposa de Oscar Wilde, Constance Lloyd, que ya durante su luna de miel, en 1884, mostró una vestimenta nueva, que condujo la moda esteticista por nuevos caminos y mostró al gran público que el arte podía llegar hasta los más recónditos aspectos de la vida. Todo esto pasaba a finales del reinado de la reina Victoria.

Corriente vienesa
La era eduardiana, que comenzó con el siglo XX, relajó las costumbres amparada por la estética del Arts & Crafts, los tejidos Liberty y los proféticos dictados del gran William Morris. En 1900, Viena era también un poderoso foco de la cultura europea, un crisol de las más modernas corrientes del arte y de la ciencia, y allí brillaba con personalidad única Gustav Klimt.Su amante durante más de 30 años, Emilie Flöge, era una mujer libre y vital que en 1904 abrió con su hermana un salón de costura diseñado por el arquitecto Josef Hoffmann. La ropa de las hermanas Flöge seguía el estilo de la célebre escuela de diseño Wiener Werkstätte, y la silueta era completamente libre, pero respetable: vestidos acampanados desde el pecho, mangas pagoda con profusión de volantes, tejidos estampados con motivos florales o geométricos… Pero toda su obra fue destruida por los nazis.Nadie le puede negar a Paul Poiret el mérito de eliminar el corsé desde el podio de dictador de la moda parisina, pero todo ocurrió después de esta larga lucha feminista que culmina en la obra de Coco Chanel.Lo que hoy denominamos estilo eduardiano es una amalgama de todos estos elementos, convenientemente agitados, digeridos y mediatizados por la interpretación que hicieron de aquella época los creadores de la década de 1970. Su genialidad fue acertar en la simplificación, capturando su esencia, y estar al alcance de la calle. Hoy, el prêt-à-porter recorre el camino inverso: llena las prendas de detalles ricos y nobles, para resaltar su distinción y alejarse de la copia. Son otros tiempos.