"El tamaño del mercado global de perfume se valoró en USD 50.46 mil millones en 2024", leemos en Fortune Business Insights. Cuando nos limitamos a nuestras fronteras, "el sector ha mostrado un crecimiento del 7,7% hasta superar los 11.200 millones de euros de consumo en el mercado interior", apuntan en Next Beauty. En pocas palabras, el mundo del perfume está atravesando una época dorada y todo apunta a que esta tendencia va al alza. Hay tantas fragancias como gustos personales, pero lo que está claro es que no todos los perfumes son igual. En líneas generales, los nombres propios del sector mainstream ganan la batalla, con grandes nombres de diseñadores a sus espaldas. A la contra, los perfumes de autor se posicionan como un valor que conecta con lo artesanal, lo realmente exclusivo y de calidad.
Los precios suelen ser elevados, pero la experiencia lo merece. Hablamos de composiciones realizadas con un mimo excepcional, con la visión de un perfumista que se aleja de lo comercial para acercarse a una creación artística, sensorial, que no busca complacer a todo el mundo ni convertirse en un best seller en medio mundo. E aquí donde aparece un combo de palabras que, muy probablemente, escucharás muchísimo durante los próximos meses: slow fragance. Su nombre no deja espacio a la duda: en esta pista de baile se impone un vals lento, pensado al milímetro. ¿Cómo se traduce esta idea al mundo de los perfumes? Muy sencillo: ingredientes de altísima calidad, composiciones realmente sorprendentes y el afán de convertir cada esencia en un objeto de culto entre los entendidos en la materia.
Al igual que ocurre en el mundo de la moda, la perfumería no se escapa de las garras del consumismo. Las tendencias giran tan rápido que es prácticamente imposible mantenerse siempre en la cresta de la moda. El slow fashion y el slow food viajan de la mano del slow fragrance. Ambas dejan a un "lo que se lleva" para dar vida a piezas en las que la atemporalidad manda. Y sí, es clave recordar que "atemporalidad" no es sinónimo de "clásico" o "aburrido", conecta con lo eterno, lo que nunca muere. Lo masivo desaparece para honrar lo consciente. Eso sí, este savoir-faire tiene un precio (y no es precisamente el de un perfume de venta masiva).
La periodista Katie Becker explica este fenómeno a la perfección en un artículo publicado en la versión estadounidense de Marie Claire bautizado como "Slow Fragrance reinventa el futuro del perfume sostenible". En un periplo por San Antonio, Texas, Becker mantuvo una interesante conversación con Holly Tupper, la fundadora de Cultus Artem, una marca de lujo con 10 años de antigüedad que solo presenta ocho fragancias y menos de un lanzamiento nuevo al año. Por supuesto, estos números son totalmente opuestos a los del mercado mainstream, donde las novedades se producen casi a diario. Cada una de las fragancias se inspira en las vivencias de Tupper en sus viajes y sus años viviendo en el sudeste asiático.

En estas esencias reina la creatividad, no hay normas escritas. "El objetivo de ser artista no es compartir tu visión artística con alguien más, interpretarla por ti", comenta Tupper. "Es mi visión y el proceso de creación me resulta tan interesante como el proceso creativo". Más allá de la faceta creativa, otro de los puntos fuertes de esta forma de hacer radica en la producción limitada. En algunos casos, incluso numerada. De este modo, la exclusividad real (no la que define el dinero, sino la cantidad de copias disponibles) es la que impera.
Siguiendo con las palabras de Tupper, detrás del movimiento slow fragrance se esconde un "una reacción negativa al consumismo. Lo que tiene más sentido es volver a lo que solía ser el lujo, que era un lujo excepcional, y menos a la versión de lujo de las grandes empresas que cotizan en bolsa". Una de las definiciones que la RAE ofrece sobre la palabra lujo es el resumen perfecto de este concepto: "Elevada categoría, excelencia o exquisitez que posee algo por la calidad de las materias primas empleadas en su fabricación, sus altas prestaciones o servicio".

Como ya hemos comentado, el valor de las fragancias de autor tiene una clara implicación en su precio, pese a que no siempre es exageradamente más alto que algunos perfumes de diseñador o de "marcas de lujo". En el panorama nacional, Santi Burgas, Alejandro Acosta o Jordi Magrans son algunos de los nombres más destacados y sus obras se sitúan, aproximadamente, entre los 65 euros de los 50 ml de LÔJAZZ de Burgas hasta los 316,25 euros de la misma cantidad de Agarbur de Almah Parfums. Gran parte de su obra se puede adquirir el paraíso de la perfumería de autor como Sillage Barcelona.
El último aspecto a tener en cuenta en este universo es la sostenibilidad, una palabra tan manida como importante para un sector que mira al futuro con fuerza. En el artículo de Becker, Emily Cameron, directora creativa de Ffern (firma que tan solo lanza cuatro fragancias de edición limitada de temporada al año), afirma que "la cantidad de residuos que generan los perfumes y sus envases es algo a lo que nos hemos resistido desde el principio". Tal y como leemos en Essenzia, "las fábricas de perfumes utilizan grandes cantidades de energía para el procesamiento y la mezcla de ingredientes. La dependencia de combustibles fósiles en muchas regiones contribuye al cambio climático". A esto, se suma que "la síntesis de compuestos aromáticos y la formulación de perfumes generan desechos químicos. Aunque muchas empresas se esfuerzan por gestionar estos residuos de manera responsable, existe el riesgo de contaminación si no se manejan adecuadamente".
¿Qué es para ti el lujo? Tan solo si descubres la respuesta a esta intrigante pregunta podrás saber si el movimiento slow fragrance está hecho para ti. Si buscas exclusividad, un trabajo artesanal y te preocupa el medio ambiente, posiblemente encaja más contigo poseer un perfume de autor que un par o tres de casas mainstream.