El amarillo inunda la vista y los armarios este invierno en las propuestas de Jil Sander, Max Mara, Proenza Schouler o Givenchy y juega a disfrazarse de trajes, faldas, vestidos o balaclavas, evidentemente. Según la psicología del color, el amarillo irradia el tan manido, y millennial (puede que ya incluso un poco boomer), concepto de buenas vibras. Este color transmite energía positiva, alegría, riqueza, poder, abundancia, felicidad... Es cualquier vídeo del tipo "Un día conmigo" firmado por cualquier influencer al azar hecho color.

Este color, se una a la lista encabezada por el Very Peri y el Valentino PP (ese rosa fucsia que se ha convertido en el sello de la casa italiana en las últimas temporadas) de colores vibrantes que vienen a hacerse hueco en la tiranía de los neutros asociados al estilo minimalista y nórdico.

Este giro, eso sí, no demasiado brusco, de los acontecimientos es bastante lógico si tenemos en cuenta el contexto actual a nivel mundial. Tras dos años de parón pandémico, necesitamos algo de luz en el día a día, por eso nuestras casas también están cambiando de nacionalidad. En su visado ya no aparece ningún país del norte de Europa, sino que migran a Alemania de la mano del estilo Bauhaus o a Estados Unidos con tendenias retro que parecen en muchas ocasiones recién salidas del plató de No te preocupes, querida.

Al fin y al cabo, que tire la primera piedra quien no haya querido quedarse a vivir en una ensoñación. El amarillo nos invita a hacerlo desde la realidad. Nos recuerda a días felices y largos, al comienzo de la primavera, a esa granizada salvavidas que te aporta la dosis de azúcar necesaria para continuar con la jornada partida, a los primeros gintonics de verano en el porche, patio o balcón, a esas islas mediterráneas conquistadas por la cerveza. En definitiva, a la belleza de lo cotidiano.