Comienza la tarde de un oscuro día de febrero y una fina lluvia se abate sobre Madrid, provocando los sempiternos bocinazos e insultos consustanciales a los atascos. Armados con paraguas y gabardinas, el equipo de Marie Claire busca la entrada del local Fusión VIP, uno de los más exclusivos de la capital.
Pero no hay ni rastro de rótulos que indiquen el nombre del club que estamos buscando, aunque parece lógico: la discreción es uno de los rasgos fundamentales de este tipo de locales, temerosos de despertar el rechazo de los vecinos y perder el anonimato que sus clientes exigen.
"Éste es el número 10, debe de ser aquí", dice la ayudante del fotógrafo mientras se guarece de la lluvia frente a una puerta metálica junto a la que tan sólo se advierte un diminuto telefonillo. "Somos de la revista Marie Claire. Venimos a hacer un reportaje, hemos quedado con Ana", decimos cuando por fin nos responden.

El local a esas horas, sobre las 14:30 de la tarde, está todavía cerrado. Aunque vacío, la actividad es frenética. Tres personas se afanan en limpiar hasta el último rincón del local: friegan suelos, revisan las colchonetas de plástico de las innumerables camas que se reparten por todo el espacio del local y apilan las toallas limpias y las sábanas de usar y tirar que después utilizarán los clientes.
"La higiene es clave, tanto la del espacio como la personal, por eso nuestros baños están equipados con todo tipo de productos, desde desodorante a enjuague bucal", nos cuenta Ana, dueña de Fusión VIP y del mítico Encuentros, el local con más solera entre el ambiente liberal madrileño, mientras revisa concienzudamente hasta el último detalle para que todo esté listo cuando el local abra sus puertas a las 15:00h.
Poco antes de esa hora se presentan nuestros contactos con el mundo ‘swinger': dos profesionales liberales con una edad incierta que se puede situar entre los 30 y los 40, la que Ana nos dice que es la edad media de los clientes de su negocio. Llegan cansados después de una mañana repleta de reuniones y citas de trabajo, pero se muestran encantados de compartir con nosotros su experiencia en el mundo ‘swinger', convencidos de que se trata de una práctica que sólo puede hacer más sólidas y felices a las parejas que se atrevan a probarlo. Una ronda de ‘gintonics' sirve para poner los cuerpos de todos, periodistas y pareja-testiomio, a tono para comenzar la sesión de fotos, aunque los únicos que se desnudarán serán nuestros cómplices: el resto estamos "de servicio", y además el pudor nos impide quitarnos más ropa que los jerseys y chaquetas de los que el creciente calor nos obliga a deshacernos.

Aquí se trata de estar cómodos como vinimos al mundo, y la temperatura está especialmente pensada para que nos animemos a hacerlo. La luz tenue y de un tono rojizo obliga al fotógrafo a realizar numerosas pruebas con su cámara antes de comenzar la sesión. Mientras, el resto visitamos las diferentes partes del local, que parece un parque temático del sexo. En torno a una piscina-jacuzzi de gran tamaño rodeada de palmeras de plástico se disponen numerosas camas redondas con doseles que las dotan de una cierta "intimidad" traslúcida.
Hay pequeñas habitaciones con pestillo que pueden utilizar las parejas o grupos que requieran un grado más de intimidad, y las barras en las que los clientes pueden apoyar sus copas tienen formas sinuosas que contribuyen a dar al local ese punto entre ‘kitsch' y sensual imprescindible en este tipo de lugares. Nos sorprende una estancia en la que hay una celda, con su cerradura y todo, y una gran X en la pared equipada con unos grilletes que harán las delicias de las más sumisas. También hay una repisa situada a la altura justa para que una mujer se pueda sentar sobre ella y ser penetrada por un hombre que permanezca de pie, por ejemplo.
Sin duda, éste debe ser el rincón favorito de los fetichistas. Pero las emociones fuertes tienen su refugio dos tabiques más allá, en el pasillo francés: un largo corredor que tiene en uno de sus flancos una pared llena de agujeros tipo ojos de buey que quedan a la altura exacta de los genitales. Lo que en ese lugar pueda suceder tiene como único límite la imaginación y el aguante de cada uno. Mientras acabamos nuestro recorrido por la planta baja, el local abre sus puertas y el fotógrafo comienza a disparar; se presentan los primeros clientes, una pareja italiana bien parecida que no llega a los 40 años y a la que le cuesta muy poco, a pesar de nuestra presencia, desnudarse y meterse en el jacuzzi. Después de un rato de besos y caricias, las posturas empiezan a ser cada vez más evidentes, hasta que en un momento dado ella apoya su pecho sobre las escaleras y, dando la espalda al hombre, deja que éste le realice sexo oral desde atrás.

El equipo de Marie Claire, a escasos dos metros de la escena, nos miramos sorprendidos ante tanta desinhibición, pero no podemos evitar dirigir tímidamente hacia ellos nuestros ojos, invadidos por el morbo y la curiosidad. En un momento dado hacen una pausa y se toman una copa, pero, eso sí, en vaso de plástico, porque en la zona de la piscina no se pueden utilizar los de cristal: de nuevo, la seguridad y la higiene ante todo. Ana nos cuenta que en la piscina está prohibido eyacular, y de controlarlo se encargan tanto ella como los diversos relaciones públicas y guardas de seguridad que en todo momento se están moviendo por el local cuidando del cumplimiento de unas normas que tienen su base, sobre todo, en el respeto a los demás. Las sensibilidades y apetencias de los clientes son de lo más variado y hay que procurar que todos tanto los más tímidos o los debutantes como los más curtidos, se sientan como en casa.
Terminadas las fotos, Ana acaba de mostrarnos las instalaciones del local que todavía no habíamos visto. Se trata del cuarto oscuro situado en el sótano, principal atracción para las parejas más aventureras. Una estancia que se divide en dos espacios, separados por una pared y un cristal. A uno de sus lados hay una gigantesca cama donde, según Ana, "se pueden llegar a meter más de treinta personas a hacer los deberes", mientras, desde el otro, los aficionados al voyeurismo pueden ver lo que sucede al otro lado del cristal. Bueno, más que ver, adivinar, porque en este espacio apenas hay luz y lo que se debe de ver no son más que bultos en movimiento, suficiente para excitar a las mentes más imaginativas. Llegado el fin del recorrido, abandonamos el local discutiendo si podríamos volver como clientes.
A la entrada todos estábamos convencidos de que no, pero ahora las posiciones ya no son tan claras. Así que, por si acaso, nos despedimos de Ana con un "a lo mejor te llamamos para venir otro día, en otro plan, aunque sólo sea para tomar una copa". Ella encantada. Y nosotros, dándole vueltas a si seremos capaces y nos atreveremos. Pero desde luego, no parece que falten ganas.