'El límite soy yo': te descubrimos un capítulo del libro cuya historia moverá montañas

La editorial Pinolia ha publicado recientemente 'El límite soy yo', en el que el atleta alemán Jonas Deichmann nos descubre cómo se ha convertido en la primera persona en dar la vuelta al mundo en triatlón, durante un viaje de 14 meses.

Mientras el mundo permanecía en cuarentena por la COVID-19, una persona se dedicó a circunnavegarlo con la ayuda de una bicicleta, muchísimo coraje y motivación: Jonas Deichmann, conocido atleta alemán por haber alcanzado tanto la cima del triatlón como la de las carreras de ultradistancia. Durante catorce meses, Deichmann se dedicó a vivir experimentas límite, y momentos de muchísima felicidad, llegando a nadar por el Lago Constanza, cruzar —a nado— las traicioneras corrientes del Adriático, cruzar México en más de un centenar de maratones, o recorrer veinte mil kilómetros en bicicleta, con un frío glacial, desde Dubrovnik hasta Vladivostok. Todo ello hasta convertirse en la primera persona en dar la vuelta al mundo en un triatlón.

Jonas Deichmann

Como recuerda, uno de los momentos más emocionantes fue cuando jóvenes y mayores se unieron a él espontáneamente para formar parte de su aventura; mientras que millones de fans lo apoyaban a través de las redes sociales. El resultado de ese viaje es El límite soy yo—Cómo llegue a ser el primer en dar la vuelta al mundo en un triatlón, un libro con el que nos demuestra que podemos cumplir todas nuestras metas, el cual ha sido recientemente publicado por la editorial Pinolia. Si deseas conocer más, a continuación te descubrimos en exclusiva un adelanto de una historia que seguro moverá montañas…

Sobre los Alpes

A un paso en bicicleta Llegar a la salida relajado casi siempre me parece la parte más difícil de un desafío. En los últimos días antes de la salida me siento muy estresado. Incluso la misma mañana, después de pasar una noche muy corta, toda- vía tengo que visitar a mi proveedor para recoger un nuevo saco de dormir y algunas otras cosas. Es sábado, 26 de septiembre de 2020, y estoy de pie en la Odeonsplatz de Múnich, a mediodía. Todo listo. Justo en el momento de salida, las condiciones atmosféricas han cambiado, cuando hasta ese momento la temperatura era propia del verano. A pesar de los diez grados de la lluvia torrencial, entre setenta y ochenta personas han acudido a presenciar el inicio de mi vuelta al mundo. Además, otros treinta ciclistas han aparecido para acompañarme un poco al principio. La RTL ha acudido igualmente para hacerme una entrevista. También, por supuesto, se encuentra allí el equipo de filmación que rodará un documental sobre el viaje. Contesto a unas cuantas preguntas y enseguida nos vamos. Dentro de un año quiero estar aquí de vuelta. Durante los últimos meses han bullido en mi cabeza miles de cosas, he estado lleno de emoción y expectación, pero, ahora que por fin todo empieza, nada de eso importa ya. Solo siento un gran cosquilleo dentro de mí: la sensación de libertad. 

Nieve en las montañas 

Al salir de Múnich, tomo mi antigua ruta de entrenamiento a través de Perlacher Forst. De camino hacia el sur, los ciclistas que me acompañan se van quedando atrás. Por la noche, solo me acompañan mi hermano Siddy y el cineasta Markus Weinberg. Enseguida el primer inconveniente: tenemos que cambiar la ruta prevista. Mi plan era atravesar el Tirol y la carretera alpina del Grossglockner. Me encantan los puertos de montaña y pasar la carretera del Grossglockner sería una auténtica maravilla: la subida, larga y exigente, apenas se nota ante la majestuosa belleza de los picos circundantes. Pero el paso acaba de cerrarse debido a las nevadas. El mal tiempo de la salida empieza a causar estragos. A eso se suma el virus: unas horas antes, el Tirol ha sido declarado zona de riesgo covid. Es posible pasar, pero cualquier persona que permanezca más de doce horas por el lugar deberá ponerse en cuarentena si quiere volver a entrar en Alemania. No es una opción para mi hermano y Markus, que solo quieren viajar una par- te del camino. Así que tenemos que optar por recorre Bayrischzell y la Tatzelwurmstraße —con sus interminables curvas cerradas, un clásico lugar de entrenamiento para cualquiera que vaya sobre dos ruedas—. Llegamos hasta Nussdorf am Inn, todavía en el lado alemán, donde pasamos la noche. Siddy se despide de Múnich a la mañana siguiente. Markus y yo preparamos una nueva ruta. Es solo el principio y ya tenemos que estar improvisando... Pero ¿quién sabe?, igual es lo mejor. El domingo comienza con un sol prometedor. Sin embargo, sien- to un escalofrío cuando me subo a Esposa, la noche me ha dejado un poco engarrotado. Hay solo tres grados más. Atravieso el Pongau hasta Radstatt y subo por la Katschbergstraße hasta el Tauernpass (mil setecientos treinta y ocho metros), un poco más al este de lo previsto. La carretera está despejada, pero la nieve me llega hasta la cintura y se está congelando. Decidimos bajar al lado sur durante la noche y allí encontramos un lugar para dormir; pero no en una cama acogedora, sino al aire libre, detrás de una pista de tenis. Instalamos el vivac. Abro mi saco de dormir, reforzado para protegerme del frío, y sobre él coloco una lona impermeable que llamo cariñosa- mente «saco de vivac». Así nos las tenemos que apañar hoy. El día siguiente me ofrece un anticipo de lo que me espera en el invierno ruso: lluvia continua en el valle, nieve en las montañas. Nos abrimos paso por el Turracherhöhe, de casi mil ochocientos metros de altura, con diez centímetros de nieve fresca que nos llevan a Carintia. Aquí el termómetro vuelve a subir unos grados. Pero la alegría no dura mucho: el Loiblpass hacia Eslovenia nos desafía con rampas empinadas, del quince y dieciséis por ciento. La lluvia se nos mete en los ojos, a pesar de llevar gafas de ciclista, y los muslos parecen arder.

«Acabo de verle en la televisión» 

Un descanso no viene del todo mal. En la frontera entre Austria y Eslovenia hay un puesto de control. El funcionario austriaco se dirige hacia mí, pero no necesita comprobar mi pasaporte, ya sabe quién soy: supongo que habrá visto algún reportaje sobre mí en la televisión hace un rato y por eso me ha reconocido. Es curioso. Quiere charlar un poco, pero, como sigue lloviendo a cántaros, le digo que nos tenemos que ir. Aun así, el descanso es bienvenido. El tiempo es muy malo y buscamos un hotel para pasar la no- che. Pero no es tan fácil. Dos ciclistas empapados vagan sin rumbo por pueblos con tiendas cerradas y escaparates oscuros. No encontramos nada hasta cerca de las diez de la noche. —Lo siento, la cocina ya está cerrada —nos dicen. Intentamos no dejar que la desesperación que se está extendiendo por nosotros nos domine. Como parecemos tan hambrientos como en realidad nos sentimos, el propietario se apiada de nosotros y hace una excepción. Se pasea por la cocina durante media hora y finalmente nos sirve una pizza. Nuestra ropa se ha secado durante la noche y el tiempo ha vuelto a mejorar. Atravesamos rápidamente la capital de Eslovenia, Liubliana, y llegamos a la frontera con Croacia por la tarde. Solo tardamos tres cuartos de día en cruzar la pequeña Eslovenia, demasiado poco para un país tan bello, pintoresco y de una cultura tan apasionante. 

Cambio de juego 

Croacia nos recibe con sus pequeñas y solitarias carreteras. Tenemos la suerte de encontrar un restaurante en el que llenar la barriga con ćevapčići, porque después no habrá oportunidad de con- seguir comida durante muchas horas. Las medidas de prevención por el coronavirus apenas se notan aquí: no hay controles, no hay señales. Solo cuando vamos de compras nos ponemos mascarilla. Nuestra ruta atraviesa el parque nacional de Risnjak, en el que entramos directamente tras el paso fronterizo de Čabar. Más de sesenta kilómetros cuadrados de impresionante paisaje kárstico en medio de las montañas. Desgraciadamente, no vemos mucho, porque ya está oscuro. De repente, reconozco que algo grande hay sobre la carretera, justo delante de mí. ¡Me voy a chocar con él! Tengo que frenar a fondo. Es un ciervo, que se queda a solo tres o cuatro metros de mí. A la velocidad que íbamos habría sido una colisión desagradable. Pero podría haber sido peor, haberse tratado de un oso, hay muchos osos por aquí. Esta noche también tenemos que buscar bien un lugar adecua- do para dormir. No queremos tumbarnos en el desierto, hay osos, como ya he dicho, y además niebla y humedad, aunque de momento no llueve. El saco de dormir se mojaría inmediatamente, a pesar del saco de vivac. Y no serviría de mucho intentar montar la nueva tienda por primera vez en la oscuridad. Así que seguimos conduciendo hasta llegar a Lokve, un pequeño pueblo de la sierra que vive del turismo en verano. Aquí encontramos un refugio improvisado en una parada de autobús, agradable y tranquilo. El primer autobús no sale hasta las diez de la mañana. 

En el Mediterráneo 

A esta hora ya estamos atravesando de nuevo el frío paisaje montañoso. De repente, hace un sol agradable. Podemos sentir literalmente que nos acercamos a las costas del Mediterráneo, porque el paisaje se vuelve claramente mediterráneo. Tras el último paso de ochocientos metros, descendemos en zigzag hasta el Adriático, al que llegamos en Senj. Los sesenta y cinco kilómetros restantes por la hermosa carretera costera hasta Karlobag son un puro placer. Rodamos por un asfalto seco como por una pista de aterrizaje. Es evidente que la temporada turística ha terminado por culpa del coronavirus: no hay tráfico ni gente en las carreteras, ni un solo barco en el agua.

63d1594c5bafe81b7d596012

El límite soy yo

26,95€

Recomendamos en