El silencio resbalaba por las paredes del aula y se pegaba a las mesas. Se lanzaban todos a escribir con la velocidad de un sismógrafo enloquecido en la mano. El pánico incendiaba el cerebro y los rezagados clavaban al fin el boli en el papel. Ver al resto aplicarse activaba el esfuerzo propio. Ocurría en los exámenes del colegio. Y según un experimento publicado en el Harvard Business Review, también en la oficina. La tensión que provoca ver que tus compañeros trabajan es, junto con recibir una enhorabuena en público, el principal incentivo laboral.
Las palabras mágicas

Pero casi tan crucial como la presión de grupo resulta el sentido de pertenencia. Eso concluye un estudio del Journal of Applied Psychology. Analizaron los lazos emocionales de varios grupos de trabajadores y descubrieron que en aquellos donde las relaciones eran más sólidas se lograba una mayor productividad. No querían perjudicarse unos a otros. Un extra económico, afirman los expertos, funciona cuando la oficina es un archipiélago. Cuando los compañeros solo son vecinos de mesa. En el caso contrario, un bonus puede transformar la motivación personal en una obligación externa. Le lija al trabajo cualquier capa vocacional. La erosión la puede restaurar ser testigo de una felicitación ajena. Lo defiende una investigación del Journal of Behavioral and Experimental Economics para la que observaron la reacción de 300 universitarios cuando el profesor repartía exámenes ya calificados. En las aulas donde el docente alabó en voz alta a los mejores estudiantes, los resultados de los siguientes tests aumentaron de forma generalizada. En las que calló, las notas se estancaron. Quizá habrían "subido" si el profesor hubiera adjuntado un gracias al examen. Según la John Templeton Foundation, el 81 por ciento de los trabajadores se esforzaría más si su jefe agradeciera su trabajo. La firma automática del email no cuenta. Cuenta oír los dedos ajenos sobre el teclado, presenciar y recibir elogios, dar las gracias y hacer amigos. O compañeros. Que tampoco hay que pasarse.
El secreto está en la masa

Lo asegura el catedrático de economía conductual Dan Ariely. Para su último libro, dividió a los trabajadores de una fábrica en cuatro grupos: a uno prometió un bonus; a otro, un cumplido; al tercero, una pizza; al cuarto, nada. La productividad de los pizzeros aumentó un 6,7 por ciento; la de los del cheque descendió un 13,2. Pero al final de la semana, el grupo más eficiente fue el de los halagos. Ariely mantiene, sin embargo, que el equipo ganador habría sido el de la pizza si los trabajadores la hubieran recibido en casa, frente a su familia. Si el reconocimiento hubiera sido público. O sea, como el cumplido, pero con hidratos.
Conviene precisar que un incentivo económico funciona casi sistemáticamente cuando no hay sentido de equipo ni vocación. El aliciente es individual y no implica ninguna compensación emocional. Un bonus prometido a un trabajador puede transformar la motivación en obligación impuesta, conseguir un beneficio económico se hace necesario por la presión ejercida.