El protagonista de esta novela es el propio Juan José Millás, que se enfrenta al vértigo de escribir mientras convive con sus miedos, sus achaques y un crimen del pasado. Charlamos con el aclamado escritor sobre desdoblamientos, palabras prohibidas, viejos eufemismos y la imaginación como músculo que también debería entrenarse.
El título del libro, provocador e irónico, ya apunta maneras: Ese imbécil va a escribir una novela. ¿De dónde surge?
Suelo buscar títulos que contengan frases movilizadoras, imágenes con fuerza. Esta es una frase clave del libro: la pronuncia el protagonista —que se llama como yo— cuando teme que un amigo suyo escriba una novela mejor que las suyas. Me pareció potente, contradictoria, reveladora.
Tú mismo eres el protagonista y convives con versiones imaginarias de ti. ¿Cuánto hay de autobiografía y cuánto de invención?
No se puede separar. Es como una aleación: una vez hecha, no puedes descomponer los materiales ni calcular porcentajes. No hay un 70% de realidad y un 30% de ficción. Es inseparable. Lo que importa es el resultado, no los componentes.
En la novela aparece el relato de tu yo niño imaginándose con dos cabezas, una real y otra imaginaria. ¿Qué representa?
Esa segunda cabeza representa la dualidad que todos llevamos dentro, el alter ego con el que discutimos, que nos cuestiona, que nos señala lo que hacemos mal. Trump, por ejemplo, dudo que tenga uno. Pero cualquier persona con algo de complejidad, sí.
También reflexionas sobre el envejecimiento, la soledad y los achaques del cuerpo. ¿Escribir sobre ello es una forma de exorcismo?
Sí, claro. Escribir es reflexionar. Y también exorcizar: cuando pones una preocupación por escrito, parece que te la quitas de encima. Es como una terapia. Mucha gente lo dice con razón.
Criticas el uso del término “adulto mayor” como eufemismo de “viejo”. ¿Qué te molesta de esa expresión?
Es una muestra de nuestra incapacidad para asumir la realidad. También de cierta hipocresía. “Viejo” es una palabra maravillosa, igual que “anciano”. Pero alguien decidió que había que suavizarla. “Adulto mayor” es confuso y ridículo: ¿qué es eso, un adulto que además es adulto?
¿La realidad tiene un punto de absurdo que solo se retrata desde la ficción?
Absolutamente. El relato —el cuento— es la primera herramienta que el ser humano ha tenido para entender el mundo. A los niños no les damos ensayos, les contamos cuentos. Porque la ficción tiene una potencia brutal para explicar lo real. Y esa tradición sigue viva.
En la novela hay un crimen del pasado. ¿El misterio es solo un recurso narrativo o algo más profundo?
Yo creo que todos tenemos un lugar del crimen —real o imaginario— al que deberíamos volver. El misterio no está solo en resolver el caso, sino en hacernos pensar en nuestros propios crímenes, en nuestras zonas oscuras. La novela plantea eso.
¿Te sientes más cómodo escribiendo desde ti mismo o a través de personajes inventados?
Depende de cada novela. Algunas exigen la primera persona; otras, la tercera. En esta, el yo era necesario. Cuando uno se estrena con su primer libro, es más fácil utilizar la primera persona, porque puedes ocultar tus carencias técnicas con emociones. Pero cuando tienes oficio, el yo, bien usado, es complicado.
Has dicho que tu imaginación tiene vida propia. ¿Crees que imaginas más que los demás?
Sí. La imaginación se cultiva poco. Incluso en los niños, da miedo. Les dicen: “Hay que tener los pies en la tierra”. Pero no hay asignaturas que expliquen cómo funciona la mente, cómo imaginar. Es un músculo que no se enseña a usar. Y sin imaginación, cuando la realidad falla, no sabemos qué hacer. Nos quedamos sin proyector.
Tu novela está muy fragmentada, con saltos entre temas. ¿Escribes con plan o improvisas?
No planifico. Escribo para saber qué va a pasar. Si lo supiera de antemano, me aburriría. Lo comparo con Venecia: sales a pasear por el Gran Canal, pero ves un callejón misterioso… ¿Qué haces? Yo siempre me meto en el callejón. Esa es mi manera de escribir.
¿Qué te gustaría que se llevara el lector de esta novela?
Lo que quiera. Cada lector es único. Muchos ven cosas que yo no había planeado escribir. Eso me gusta, que el lector también reescriba la novela. Y esa relectura a veces es incluso mejor que la original.