El inicio del cambio: así ha sido el debut de Jonathan Anderson en Dior

La primera colección del diseñador británico para Dior descompone los códigos históricos y los recompone en un nuevo lenguaje.
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Así ha sido el debut de Jonathan Anderson para Dior/Imaxtree

Me siento y empieza una película. O algo parecido. La sala está en penumbra y, desde el techo, desciende una pirámide invertida monumental. Firmada por el cineasta Luca Guadagnino y el diseñador de producción Stefano Baisi, la escenografía recuerda inevitablemente al acceso del Louvre, apenas a unos pasos, cruzando las Tullerías. Porque Dior siempre habla en clave de monumento.

La pirámide se convierte en pantalla y, en un instante, estoy atrapada en el universo visual de Adam Curtis. Después de una invitación con interrogante: "¿Te atreves a entrar en la casa de Dior?", vemos un collage de archivo: desde el debut de Christian Dior en 1947 hasta la teatralidad de John Galliano y la mirada feminista de Maria Grazia Chiuri. Un homenaje. Mientras las imágenes se suceden, la idea se instala como un mantra: el cambio es inevitable.

Cuando las luces se encienden sobre la pasarela, la narrativa se traduce en ropa. Jonathan Anderson no entra en Dior con timidez: lo hace reorganizando códigos, implosionando símbolos para reescribirlos. “Diseñar para una Maison como Dior requiere empatizar con su historia y trazar su camino hacia el futuro”, explica. Y así, la chaqueta bar aparece pero desarticulada, casi en negativo; las faldas, plisadas y voluminosas, se hinchan como esculturas que desafían la gravedad. Los sombreros se pliegan sobre sí mismos, como si fueran objetos que guardan memoria y a la vez la distorsionan.

La Primavera-Verano 2026 es una lección de tensiones. Los tejidos rígidos conviven con gasas casi etéreas; la sastrería precisa en gris y negro contrasta con estampados florales que parecen pintados a mano. Hay un dominio pictórico del color: verdes botella, marrones profundos, blancos cremosos, rojos que irrumpen como una pincelada violenta. Anderson juega con la monumentalidad de la escultura y la levedad de lo cotidiano, con la idea de que vestirse es interpretar un papel.

Me detengo en los detalles: los bolsos en ante marrón evocan un aire de archivo, como piezas heredadas que encuentran nuevo sentido en el presente. Los zapatos de tacón cuentan con detalles divertidos y quiebran deliberadamente la idea de refinamiento clásico, para añadir un gesto casi subversivo a la silueta. No hay nostalgia en ese contraste, sino un juego con la memoria: Dior no se conserva, Dior se reinventa.

Este desfile no fue una retrospectiva, sino un acto de teatro contemporáneo. La mujer Dior de Anderson no se viste para replicar un archivo, sino para habitar el presente con la conciencia de su historia. Y al final, mientras el aplauso sacude la sala, siento que hemos sido testigos de algo más que un debut: el inicio de un nuevo relato, que asume su herencia pero escribe sus propias reglas.

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