La historia del ser humano ha estado íntimamente ligada al firmamento desde tiempos inmemoriales. Ya en la cuna de la civilización, en Babilonia, en la Antigua Mesopotamia, nuestros antepasados fueron capaces de reconocer los planetas. Reconocieron a Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno (los cinco planetas que podemos ver a simple vista). El ser humano se ha fijado en el firmamento a lo largo de su historia para poner orden en su día a día. En el Antiguo Egipto, por ejemplo, nos encontramos con una historia muy curiosa sobre Sirio. Es la estrella más brillante del firmamento nocturno. Los antiguos egipcios fueron capaces de reconocer que su orto heliaco (es decir, cuando Sirio volvía a aparecer sobre el horizonte tras unos meses de invisibilidad) tenía lugar poco antes de las inundaciones del río Nilo.
Es decir, entendieron que podían prepararse para las inundaciones (y, en consecuencia, preparar su agricultura) y era un evento importante en su calendario. En otros lugares del mundo podemos encontrar multitud de historias similares. Tanto con Sirio (por ejemplo, para los Polinesios, en el hemisferio sur, marcaba la llegada del invierno y se utilizaba para navegar por el Océano Pacífico), como con la Luna, los planetas y las estrellas. Otro ejemplo, muy popular incluso en nuestros días, es el de la luna llena. La luna llena de cada mes recibe un nombre diferente. Los más extendidos, hoy en día, son los que utilizaban algunas tribus amerindias (tribus nativas de América del Norte), que asociaban cada luna llena a algún fenómeno familiar en su entorno. Por ejemplo, la luna llena de agosto es conocida como la luna del esturión, porque en esta época del año es cuando resultaba más fácil capturarlos en los Grandes Lagos. Pero, además de permitir poner orden en su día a día, o medir el paso del tiempo, la observación del firmamento dio lugar a la aparición de la astrología.
Los astrólogos se encargaban de observar el cielo y, en base a los movimientos de los planetas, la posición de las estrellas y otros factores, anunciaban qué podría estar por llegar. En sus primeros pasos, la astronomía y la astrología estuvieron entrelazadas, porque junto a esas lecturas del firmamento, también se desarrollaron aspectos de la astronomía, como la capacidad de calcular cuándo tendría lugar el próximo eclipse solar o lunar. Incluso algunas de las grandes figuras de la astronomía, como Johannes Kepler, se interesaron por la astrología (Kepler vivió en una época en la que la separación entre astronomía y astrología no era todavía demasiado evidente). Hoy en día, sin embargo, sabemos que la astrología es una pseudociencia.
La definición puede resultar confusa, especialmente si acudimos a fuentes afines a la astrología, pero es obvio, necesitan mantener que lo que promulgan podría tener algún tipo de validez. ¿A qué nos referimos cuando decimos que algo es una pseudociencia? Simplemente, a que se hace pasar por algo relacionado con la ciencia, pero no cumple con los principios científicos. De hecho, en algunos lugares es posible que os encontréis con definiciones de “ciencia alternativa”. Es, en realidad, un sinsentido. La ciencia se apoya en evidencias para permitirnos avanzar en el conocimiento del mundo. Se realiza una hipótesis, se buscan las evidencias que permiten confirmar si tenemos razón o no, y después, se actúa en consecuencia. Si las evidencias apoyan nuestra hipótesis, tenemos un hallazgo, quizá incluso una teoría. Si las evidencias no apoyan nuestra hipótesis, es necesario volver a la pizarra y comenzar de cero. Baste un ejemplo. Hipótesis: El cielo, a mediodía, es de color morado intenso. Evidencias: El cielo a mediodía (si está despejado) es azul. Ergo, mi hipótesis es incorrecta. Lo mismo podemos plantear con, por ejemplo, la forma de la Tierra. Hipótesis: La Tierra es plana. Evidencias: las imágenes por satélite, la observación de la sombra de la Tierra en un eclipse lunar y muchas otras evidencias indican que es esférica. Por tanto, el planteamiento es incorrecto.
La astrología nos invita a pensar que, de algún modo, la posición de los planetas en el Sistema Solar influye en nuestra personalidad. Esto, en sí, no deja de ser una hipótesis: los planetas influyen en nuestra personalidad, nuestros logros y hazañas e, incluso, en nuestro día a día. ¿Qué nos dicen las evidencias? La única forma en la que un planeta puede interactuar con nosotros es por medio de su gravedad. A modo de curiosidad, el alcance de la gravedad es infinito, pero decae con el cuadrado de la distancia. Puede sonar un poco a chino, pero quiere decir lo siguiente: La gravedad tiene efecto a distancias infinitas, pero su intensidad se reduce de forma acelerada (y no gradual) al alejarnos de ese objeto. Como estamos en la superficie de la Tierra, la gravedad que sentimos con más fuerza es la de nuestro planeta, pero incluso el centro de la Vía Láctea, la galaxia de Andrómeda y otras galaxias ejercen su gravedad sobre nosotros. Están a tanta distancia, sin embargo, que su efecto es inapreciable. El inconveniente de la gravedad, en este contexto, es que no es algo que afecte a nuestra personalidad. Sí que afecta a nuestro planeta (la gravedad de la Luna y el Sol son responsables de las mareas, la del Sol es la que mantiene a la Tierra en su órbita) pero no dice quiénes somos. En su serie documental, Cosmos, el astrónomo estadounidense Carl Sagan ilustraba por qué la astrología es un engañabobos de una forma muy sencilla. Recurría a dos periódicos, del mismo día, donde las aseveraciones sobre cada uno de los signos eran muy diferentes. Es algo que podemos comprobar por nuestros propios medios. No solo eso, las predicciones son tremendamente ambiguas, aplicables a cualquier persona: “Exígete más”. “Trabaja duro para conseguir tus metas”. “Encontrarás el amor”. “Habla con esa persona con la que no te llevas bien”. Etcétera, etcétera, etc.…
Si la astrología fuese una ciencia, ¿cómo es posible que, en un horóscopo, escrito por (al menos en teoría) diferentes astrólogos, nos encontremos predicciones muy variadas, cuando no directamente en oposición? Normalmente ni siquiera son predicciones, más bien órdenes sobre qué hacer. A esto le podemos sumar el ejemplo que Carl Sagan exponía magníficamente sobre gemelos. Imaginemos dos gemelos que nacen, naturalmente, en el mismo lugar y con apenas unos minutos de diferencia. Es decir, los planetas estarán en el mismo lugar en el firmamento. ¿Cómo es posible que uno viva hasta la vejez, disfrutando de una vida plena y tranquila, y el otro, sin embargo, fallezca en su infancia (por un accidente, enfermedad o el motivo que prefiramos escoger)? Se han llevado a cabo pruebas, incluso, para intentar comprobar si un astrólogo pudiera, realmente, predecir la personalidad de alguien de quien solo conoce su lugar y fecha de nacimiento (no olvidemos que, a fin de cuentas, eso es lo que aseguran que es necesario para poder predecir todo lo demás). ¿El resultado? No eran capaces de hacerlo. Más allá de ambigüedades y generalidades, es difícil poder hacer una predicción. Después, es responsabilidad de cada persona qué hacer con esa supuesta aseveración. Sin ir más lejos, no han sido pocos los astrólogos que, en un intento por demostrar que me equivoco, me han ofrecido hacerme mi carta astral. Mi respuesta es siempre la misma. Pueden hacerlo, pero espero encontrar predicciones concretas y específicas. No me sirve que me digan que tengo talento con las palabras (algo que, aunque discutible, se podría afirmar por el hecho de haber publicado varios libros). No me sirve, del mismo modo, que me digan que tendré éxito en mis proyectos, o que conseguiré alcanzar mis metas. Todos tenemos metas. Todos queremos alcanzar esas metas. ¿Acaso necesitamos a otra persona que nos reafirme lo que ya sabemos? Lo mismo se puede decir del esoterismo en general. Aunque es tentador creer que el mundo es más de lo que podemos ver, es también, quizás, una forma cómoda de dejar nuestro destino en manos de otros, al menos figuradamente. ¿No nos ha salido bien un proyecto? No es culpa nuestra, es culpa de Venus, que se encuentra en ascensión en la constelación de Tauro. ¿Hemos terminado esa relación con nuestra pareja? No es culpa nuestra, es culpa de Marte, que está en conjunción con Júpiter (una conjunción, por cierto, simplemente quiere decir que, desde nuestro punto de vista en la superficie de la Tierra, dos objetos celestes parecen estar muy juntos, en la realidad están separados por millones de kilómetros). Pero, curiosamente, no realizamos ese mismo proceso con nuestros éxitos. ¿Hemos triunfado en nuestro proyecto? Es, claramente, por nuestros propios méritos. Que Marte esté en conjunción con Júpiter no ha sido determinante. Es irónico, ¿verdad? Lo mismo sucede con cosas como los cachivaches que aseguran que “estabilizan nuestra energía” o que “desintoxican nuestro cuerpo”. El cuerpo humano es una máquina tremendamente compleja, sí, pero también tremendamente estudiada.
No hay evidencia alguna de que tengamos “energías” que necesiten ser estabilizadas llevando unas piedras en el cuello o en la muñeca (otra cosa es que llevemos pulseras o collares como ornamentos, y no porque les estemos atribuyendo propiedades mágicas). Pero, si todo esto carece de base científica alguna, si el cuerpo humano no tiene “energías que necesiten ser equilibradas” ni las estrellas o planetas dictan nuestra personalidad o destino… ¿Por qué podemos comprar cartas astrales, consultar horóscopos o adquirir artilugios mágicos (que en realidad carecen de las supuestas propiedades fantásticas que se le atribuyen)? Por un lado, porque hay gente con la suficiente falta de escrúpulos para aprovecharse de aquellos que, bien por desesperación, bien por confusión o bien por simple falta de conocimiento, buscan ayuda, y hay aquellos que están dispuestos a adquirir esas falsas promesas que pondrán orden en su vida. Decía Carl Sagan, en el libro “El Mundo y sus demonios” que “es mejor una dura verdad que una fantasía reconfortante”. Creo que es verdad y que lo mejor de nosotros mismos nos espera, precisamente, al ser capaces de enfrentarnos a esa verdad (sea positiva o negativa), aceptarla y seguir adelante en busca de lograr ser mejores personas, en todos los aspectos de nuestras vidas. Porque somos capaces de ser algo más que esclavos de la supuesta magia que, aunque pueda dejar volar nuestra imaginación hacia un mundo más acogedor, no nos sirve para encontrar las respuestas a las dificultades que, como todos, tenemos que afrontar cada día. Y ahí es donde brilla el ser humano de verdad: en ser mejores de lo que lo éramos el día anterior, sin nadie que nos quiera quitar la responsabilidad de nuestros errores, ni pretenda adjudicarse nuestros logros.