Solo existen en nuestra sociedad tres retratos robots de mujeres que no quieren tener hijos: las infértiles, apenas un 2% de las españolas; las precarias, un 30% en la generación de las nacidas entre 1975 y 1980, para el que la maternidad es un artículo de lujo; y las egoístas, una enorme masa silenciosa que opina, como Simone de Beauvoir o Elizabeth Badinter, que “la maternidad es una forma de servidumbre”.
En los tres casos, el tratamiento que se prescribe socialmente es el silencio. Es lógico: la socióloga británica Katherine Hakim, autora de Childless in Europe (Sin hijos en Europa), reconoce que “no tener hijos se considera raro o desviado”.
Lo cierto es que pasamos de preguntar a las jóvenes parejas que cuándo van a ser papás, a correr un tupido velo sobre estas tristes mujeres sin niños.
La situación resulta tremendamente paradójica: aunque ya están sonando las alarmas al respecto del imparable envejecimiento de nuestra sociedad, parece que las explicaciones de las mujeres sobran. Interesa más funcionar con un relato artificialmente construido con lugares comunes que dejar que las 'no madres' expongan razones que pueden señalar fallas del sistema.
Por ejemplo, que aunque ellas perciben la presión social para que procreen, no sucede lo mismo con los hombres. Los niños no parecen necesitar padres: son solo cosa de ellas. O que la falsa idea de que podemos posponer la maternidad hasta los 40 solo beneficia a las empresas y a la industria de la fertilidad. O que la maternidad muta cuando deja de proyectarse hacia la prole e incluye la felicidad de los que nos rodean.
Tiene sentido que el retrato convencional de la madre única se haya roto en mil pedazos (las malas madres, las arrepentidas, las que crían en la tribu, las que lo hacen con apego...), tratando de seducir a cuantas más, mejor.
Pero escama el silencio que se abate sobre las que no compran la experiencia de la maternidad, como si ellas no pudieran ser un modelo de mujer defendible y deseable. Si los hombres no se ven cuestionados si deciden no tener hijos, ¿por qué nosotras sí?

Raquel Manchado de 39 años, nos cuenta: "De niña, seguramente me veía como futura madre porque era inevitable, lo que se supone que te tiene que pasar. Me adapté a un designio que asumía y parecía natural, pero sin ilusión y sin un deseo real. Nunca he tenido la necesidad de tener hijos y soy capaz de concebir mi vida sin ellos, sin que sea algo traumático.
No veo un hijo en mi vida: prefiero ser hija de mí misma. Creo que las mujeres no tenemos obligación de ser madres: es una mentira. He conocido a muchas que se han fugado de sí mismas gracias a la maternidad, que la han buscado para evitar probarse a sí mismas o tener una especie de coartada para claudicar de proyectos personales.
Coincido totalmente con Simone de Beauvoir en que tener hijos es formar a seres dichosos, y que para eso no tiene que haber un vínculo maternal ni ha de haber un límite de edad. Se puede formar seres dichosos aconsejando bien a una amiga que está jodida, por ejemplo.
En una entrevista que leí hace poco, Ana Garrido, la mujer que denunció la trama Gürtel, decía que, a pesar de haberse quedado en la calle y de todo el acoso que ha sufrido, lo volvería a hacer, sobre todo porque no tiene hijos. Te das cuenta de que, al tener hijos, te haces conservador.
Ni Edward Snowden ni Julian Assange tienen hijos. Esta sociedad necesita personas que puedan correr determinados riesgos, que no tengan que velar por otras personas... Yo no tendría hijos, pero sí me veo como co-criante, colaborando en la crianza de alguna criatura.
No me hace ilusión ni gestar ni adoptar. Hay mucha retórica y mucho tabú en torno a la maternidad. Mi madre, que en absoluto se arrepiente de haber criado a tres hijos y haberse desvivido por ellos, solía decirme: “No tengas hijos. Tú vive, vive”.
Lourdes Segade de 39 años, apunta: “En verano, cuando estoy con mis sobrinos y me lleno de amor, pienso: '¿Lo estoy haciendo bien, no teniendo hijos?'. Es algo que no está en lo más hondo de mis prioridades, ni con pareja ni sin ella. No digo no taxativamente a nada, pero ahora estoy segura de que no quiero tener hijos.
No tengo razones de peso suficientes como para traer una vida al mundo. Tienes que tener muy claro para qué lo estás haciendo. Una razón de peso sería que mi corazón me estuviera pidiendo esa entrega de alguna manera.
Si algún día decidiera tomar esa decisión, sería porque alguna parte, un poquito más profunda de mi ser que mi cerebro, me estuviera encaminando en esa dirección, no sé..., que se despertara algo al vincularme a otra persona que no pudiera despertar en la experiencia en soledad.
Pero de momento, todo esto es solo mental, ideas y ya está. Y desde una idea no puedo traer un hijo al mundo. Sí, tengo claro que no quiero ser madre mayor, porque me parece devastador para el cuerpo. La maternidad tardía de mi madre le mermó la calidad de vida después, la limitó mucho.
Una amiga me preguntó que si no tenía miedo de arrepentirme por no tener, pero, ¿y lo contrario? Qué injusto para la persona que llega a tener una madre que se arrepiente de haberlo tenido. Eso me parecería una barbaridad. Intento hacer las cosas de la manera más responsable posible, no podría ser madre simplemente porque estoy en pareja y toca tener un hijo.
Respeto a la gente que lo hace, pero a mí no me sirve esa manera. Si lo hiciera desde el automatismo, la presión social u otros lugares, sería muy injusto para la persona que viniera”.
Natalidad a la baja
No puede ser una casualidad que los castigados países mediterráneos y del este europeo ocupen la cola continental en cuanto a natalidad. De hecho, países que sí se han preocupado por activar políticas en favor de la natalidad tienen unas perspectivas económicas más halagüeñas.
Por ejemplo, Francia, que lleva décadas implementando todo tipo de apoyos a las familias.
En Alemania, al acogimiento masivo de inmigrantes con tasas de fertilidad superiores a las continentales ha contribuido indudablemente a la riqueza del país.