Diego Martín: un nuevo hombre

De él todos repiten lo mismo: no es como los demás. Diego Martín fue Enrique en 'Velvet' y es, ahora, Alfonso en 'Supernormal' y Benjamín en 'Élite'. El actor tiene ojo para la fotografía, mano para el dibujo y un armario listo para 'The Sartorialist'. Junto a Dior Men, charla sobre la juventud eterna, la familia y el don de tomarse la gravedad con ligereza.
Diego Martín

Sin constancia pública de que esconda en el sótano de su edificio parisino instrumentos de tortura. No le sienta "de locura", pero no es, tampoco, alérgico al ajo. No sorprendería demasiado, no obstante, si un día paseara por una alfombra roja con una capa de cuellos alzados. Pero tiene en común, al menos, dos cosas con el Conde Drácula. Diego Martín, desde hace unos días, trabaja de noche y duerme de día. Antes de estrenar la cuarta temporada de Élite (Netflix) graba ya sus secuencias para la quinta. Para el lanzamiento de Supernormal (Movistar+), solo le queda esperar. Cuando acabe el mes, las dos estarán en las pantallas. El ojo sartorial del vampiro, más cercano a la elegancia reposada de Claes Bang que a la engominada de Béla Lugosi, por otra parte, es también suyo. Pero Diego Martín necesita café para mantenerse despierto. Y no tiene ningún interés en permanecer joven por toda la eternidad.

El problema no es de los jóvenes, sino de quienes no lo son y juegan a serlo. No me parece una actitud muy interesante. ¿Qué se busca en la juventud? Posiblemente, y sin querer ponerme muy profundo, hay pánico a morir. Esta época ha revelado, entre otras cosas, síntomas sociales deprimentes, como lo inaceptable de las bajas. Es llamativo que con los problemas de salud busquemos una responsabilidad, como si fuera una cosa evitable, que suele serlo, pero hemos desarrollado una especie de culto a la vida en su esplendor y a todo lo que la rodea: juventud, optimismo wonderful, cree y conseguirás tus sueños. Estamos poco confrontados con la vida real y eso lo baña todo, hasta la forma de vestir. Se huye de lo que signifique madurez. Quizá empiezo a hablar como alguien mayor, pero yo recuerdo que había un empeño por convertirse en adulto. Me acuerdo de cuando me autorizaron a no ser niño y llevar pantalones largos. A mí me gustaba el mundo de los mayores y hoy hay un rechazo. Es absurdo. Me parece que la madurez es un concepto hermoso, tanto estética como intelectualmente, y hoy hay una tendencia a mantenerse inmaduro, una irresponsabilidad que tiene que ver con la victimización generalizada. Nos gusta cada vez menos decir "oye, cojo las riendas y si no lo he conseguido, a lo mejor la culpa ha sido mía". Cuantos más contrapesos utilices para aguantar, mejor.

¿Te da vértigo por tus hijos? Sí. Tengo la sensación de que es cada vez más complicado que los niños aguanten. Un ejemplo: no queríamos que el mayor tuviese teléfono. Nos estamos resistiendo. Y esto es contracultural. Recuerdo que mandaron unos deberes por WhatsApp y en un Zoom dijimos que tendríamos que encontrar otro medio de comunicación porque mi hijo no tenía. Se creó un silencio un poco de "estáis locos". A mí me parece una locura que un niño de 12 años tenga ya teléfono, con todo lo que implica, aunque sé que va a formar parte de su vida. Es una lucha difícil porque es adictivo.

¿Para cuándo se lo habéis prometido? No hay fecha y sabe que vamos a tardar. Creo que es fundamental poner un límite. No pueden ver pantallas entre semana, pero en sábado y domingo se ceban. Te hablan de compañeros suyos que están cuatro horas al día entre videojuegos o redes sociales. Suena moralizador y no me gusta porque si hay otra cosa agotadora de esta época es todo el mundo diciéndote cómo hay que vivir, pero es verdad que a mí me produce vértigo ver a niños y a niñas con 12 o 13 años posteando constantemente. La propia imagen, la fama, la pose o el dinero son temas que a mí a esa edad ni se me habían pasado por la cabeza y hoy están muy presentes en ellos. Sé que el mundo ha cambiado y me parece fenomenal, pero creo que hay procesos de construcción intelectual, mental y física que van un poco a contracorriente del mundo hoy.

¿Buscas preservar la inocencia? Sé que es imposible, pero al menos retrasarlo y meter pildoritas del mundo de antes que se pierden por no haberlas vivido: salir a la calle a jugar, un juego de mesa, inventar otro. Vamos a tener gente muy dañada porque en mi generación ya hay problemas con el narcisismo absoluto. No soy nada conspiranoico, pero cuando oyes que los mandamases del mundo digital están educando a sus hijos en la vieja caligrafía y que tampoco les dejan pantallas entre semana, ahí hay un peligro. La mente necesita pararse, aburrirse, para construir algo. ¿Tu personaje público lo has confeccionado de forma consciente o natural? Las dos cosas, posiblemente. Es mezcla de lo que te gustaría proyectar, de lo que parece que los demás perciben y de lo que te divierte y ocultas. Eres tú, desligado. Las cosas deberían ser reales. No nos quitan la privacidad: la regalamos. A la gente le gusta cada vez menos vivir para sí mismo, todo tiene una referencia exterior. Intento hacerlo lo mínimo posible.

¿Sabemos aceptar en España que un hombre se preocupe por la estética? No mucho. En general, en España hay una tradición de cierta sospecha ante lo bello, las cosas un poco sensuales y de puro placer. Cosa extraña porque somos un pueblo disfrutón. Hay aspectos más aceptados, como la gastronomía, pero siempre se ha mirado con recelo a quien se preocupa por la estética. Tiene que ver con la concepción de la cultura: como algo para lucir como la presentación de uno mismo. Hay sitios con una visión del placer personal, que visten y leen para sí. Una vez en un rodaje una actriz me vio con un libro y dijo "para hacerte el interesan-te, ¿eh?". Qué triste. De Francia me gusta que leer, que para mí es fundamental, está instaurado a todos los niveles, independientemente del nivel social, de las ideas políticas. En España siempre hay un poco de miedo a decirlo porque parece que vas de alternativo. Leer estructura la cabeza. Ir a casa de alguien y no ver un solo libro a mí me deja a cuadros.

¿Qué es la elegancia? Muchas cosas. Hay una externa y otra interna, que participan de cualidades comunes y que podemos cifrar en una cierta discreción, en unas ciertas maneras. Para mí muchas veces tiene que ver con algo más sutil, más discreto, más inadvertido, que es el ojo del conocedor. Balzac dice que es la ciencia de parecer que haces las cosas como los demás haciéndolas completamente distintas. Hay otro aforismo que me gusta: "tomarse con ligereza lo grave y con gravedad lo ligero". De esto participa la elegancia. Tiene que ver con conceder sencillez a los grandes asuntos y con dar importancia al detalle. Ocio, placer, trabajo, familia.

¿Hay que renunciar a algo? La vida está hecha de decisiones y cada paso descarta otros. Hay menos cosas fundamentales de lo que creemos. Hoy da la sensación de que no has vivido si no te has tirado en paracaídas o no has ido a Indonesia. No pasa nada por perderse cosas. Muchas veces estás detrás de un sueño que cuando se cumple te das cuenta de que no era para tanto y cuando llegas dices "¿qué hago ahora?", como si solo fuera el camino lo que empuja tras el objetivo.

¿Hay más hombres o mujeres en ese camino? Pese a todo, intento generalizar poco. España es un país con una natalidad mínima. En Francia, la gente tiene hijos sin parar. Casi todas las mujeres de mi entorno allí son madres y casi ninguna ha renunciado a su profesión. Creo que son cuestiones que se plantean más a ellas, pero hay también una responsabilidad en quien pregunta. Para mí la conciliación y la renuncia también son temas. He rechazado proyectos por estar con mis hijos, pero intento ser coherente. A veces he sentido que el trabajo era el impedimento y que me hacía perderme algo que es más importante. Te hablo de cómo lo vivo yo, pero a mí me gusta la gente que se encarga de sus decisiones. Creo que hay mucha gente que no para de llorar, como niños que protestan porque no se les presta atención.

Descubre sin esperar nuestro shooting con Diego Martín y Dior Men, actualmente disponible en el pop-up de Ibiza de la casa (desliza, te contamos más).

Créditos

Por Charo Lagares.

Fotos: Juankr

Estilismo: Rut Baticón

Vídeo: Jesús Nicolás.

Asistente de fotografía: Miquel Cabello

Maquillaje y peluquería: Mario Rubio (X Artist)

Producción: Carlota Martín.

Con jersey de punto

Diego Martín lleva jersey de punto a doble tono, con manga corta, de Dior.

El estampado Dior Oblique

Camiseta de algodón con estampado Dior Oblique, bandana de seda con estampado de Dior and Kenny Scharf, y bañador, de CD Icon.

Con mochila

Mochila cruzada con estampado Dior Oblique, pantalón corto de chándal y chaqueta blanca de chándal, todo, de Dior.

Bañador

Bañador con estampado Dior and Kenny Scharf, camiseta de punto a doble tono, de Dior, y bata de felpa de algodón con estampado Dior Oblique.

Dior Icon

Diego Martín lleva chaqueta azul marino, camiseta blanca y bañador azul, de Dior Icon, y mochila cruzada con estampado Dior Oblique.

Con bata

Diego viste bata de felpa de algodón con estampado Dior Oblique, alpargata Dior Paradise, bañador azul, de Dior Icon, y sombrero panamá Dior and Kenny Scharf.

De manga corta

Camisa de manga corta con estampado Dior and Kenny Scharf.

La colección

Los looks de la colección forman parte de la cápsula Beachwear 2021 de Kim Jones, inspirada en su diálogo artístico con Kenny Scharf para la colección otoño 2021 de Dior Men. Está disponible desde el 25 de mayo en la emblemática isla de Ibiza, concretamente en el pop-up exclusivo de la maison.

En este lugar único, se exhibe también la cápsula Dioriviera de Maria Grazia Chiuri. Cuenta con algunos iconos como los bolsos Lady D-Lite, Dior Caro y Dior Book Tote, las zapatillas D-Conecte, las alpargatas Dior Granville, los mules Dway y los ponchos DiorClub, así como bufandas, joyas y viseras. También podemos encontrar camisetas marineras, estampadas con el nombre de destinos soleados, así como imprescindibles de Dior Maison, como la tabla de surf adornada con la firma "Christian Dior" y toile de Jouy revisada por Maria Grazia Chiuri, una sombrilla, una hamaca, juegos de playa y abanicos, así como una serie de objetos decorativos como papelería, almohadas y manteles individuales, prolongan esta celebración del art de vivre.

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