Algunos rostros no necesitan grandes gestos para conmover. María Romanillos (Madrid, 2004), con su mirada luminosa y una serenidad poco común en su generación, encarna una nueva forma de madurez: emocional, ética, intuitiva. En esta conversación, la actriz repasa los desafíos de actuar mientras se crece, el impacto que dejan los personajes y la importancia de mantenerse fiel a una misma.
¿Qué sentiste la primera vez que te pusiste frente a una cámara?
Era tan pequeña que no me acuerdo. Lo que sí recuerdo es la adrenalina que sentía cuando hacía obras de teatro en el colegio o en la escuela de interpretación para los padres.
¿En qué momento un personaje te cambia también a ti?
Con cada personaje he ido madurando un poco más, me han ayudado a entender mucho más a las personas en la vida real y a la vez cada uno me ha hecho ser más sensible.
¿Qué te cuesta más: exponerte o contenerte?
Exponerme en el sentido de ponerme delante de una cámara y desnudarme emocionalmente, por así decirlo, no me cuesta nada, me sale solo. Guardarme cosas que pienso cuando veo algo que no me gusta, por ejemplo, en el set o cuando considero que no se trata bien a un compañero o compañera me cuesta más, pero es verdad que con el tiempo he ido aprendiendo a hacerlo para según qué situaciones. También he ido entendiendo cómo funciona esta industria y hasta dónde como actriz te puedes meter o no. Al final creo que los actores somos una pieza más del engranaje.
¿Cómo es crecer cuando tu trabajo te exige madurar antes que el resto?
Para mí ha sido increíble y una de las cosas que más he disfrutado de mi trabajo. Yo también me he permitido ser adolescente porque, claro, comencé a trabajar justo cuando empezaba la adolescencia, entonces siento que sí que he tenido una adolescencia más corta y sobre todo contenida a cuando no estaba rodando. Pero sí, me he permitido disfrutar de tener 17 años y quizás equivocarme y aprender de ello.
¿Has aprendido a protegerte emocionalmente en esta industria?
Todavía es algo que tengo que gestionar. Soy muy sensible y hay cosas que no me gustan y me afectan, pero también me gusta darme cuenta de todo y tener tan claro qué está bien o mal para mí.
¿Cuál fue el mayor reto —mental o físico— de rodar Olympo?
Quizás para mí los mayores retos fueron la dieta y trabajar con tantos directores. He vivido por primera vez lo que es trabajar con dos directores en un mismo proyecto donde los personajes todavía se están creando y, claro, hay que tener cuidado porque dependiendo un poco de cómo te dirijan, el personaje puede tirar más hacia un lado que hacia otro. Asimismo, encontrar la coherencia ha sido un reto, pero he aprendido un montón.
¿Te has sentido alguna vez en medio de una competición silenciosa, como la de Nuria y Amaia?
La verdad es que no.
¿La belleza para ti es una exigencia, un juego o una herramienta?
No creo que sea una exigencia, pienso que cada vez se buscan más otras cosas, se busca la naturalidad, se buscan quizá más imágenes especiales, lo cual creo que es lo más bello. Por lo menos a mí me interesa mucho más esto.
¿Hay alguna frase que repitas para no olvidarte de quién eres?
No tengo una frase en concreto pero sí intento repetirme que por estar en una pantalla no me hace merecerme más privilegios que el resto del mundo. También me digo mucho que no me puedo olvidar de dónde vengo, sobre todo respecto a la educación que me han dado.
¿Qué relación tienes con la moda?
Es algo que me gusta mucho. En mi día a día suelo ser bastante neutra, casi siempre voy de negro, ahora estoy aprendiendo a salir de lo básico dentro de ir monocromática y me lo paso superbien.
¿Cómo te has sentido vestida de Dior en esta sesión?
La verdad que guapísima, me enamorado de varias piezas. Todas sientan genial tanto al cuerpo como al ánimo. También es verdad que esta marca siempre me ha encantado y poder vestir Dior para una sesión me hace mucha ilusión.








Fotos: Santiago Belizón.
Estilismo: Sandra Escriña.
Asistente de fotografía: Miguel Sancho.
Maquillaje y peluquería: Wild van Dijk.
Producción: Victoria Mouriño.