Rubén Ochandiano (Madrid, 1980) es de esos entrevistados con los que todo fluye. Llega al estudio y la conversación arranca sin esfuerzo: se expresa con precisión –tiene una forma de elegir las palabras que roza lo hipnótico–, se entrega con honestidad y, sin proponérselo, siempre deja una frase que da que pensar. Nos conocimos hace unos años, cuando llevaba el pelo rosa fucsia por un papel, y desde entonces nos hemos visto en alguna que otra ocasión —a veces por trabajo, otras simplemente por el barrio, donde siempre nos saludamos con complicidad—. Hablar con él es como abrir una ventana: hay ideas, hay palabras bien elegidas y hay verdad. En esta charla repasamos su presente pero también todo lo que queda detrás de los focos: la precariedad de la autoproducción, la presión de la imagen o la sombra de la inteligencia artificial.
¿En qué proyectos profesionales estás trabajando ahora?
Hay varios, pero el estreno inminente es el 26 de septiembre. La película Ya no quedan junglas, que es una adaptación de la novela Ya no quedan junglas adonde regresar, de Carlos Augusto Casas. Me genera cierta inquietud no haber visto aún la película. Es un thriller, habla de la historia de una prostituta que aparece muerta, y la investigación que se desata a partir de ahí. Yo me incorporé al proyecto recién aterrizado de México, de rodar otra película. Me hacía ilusión estar porque es un reparto internacional potente: Ron Perlman, Natti Natasha —que no tenía en mi radar, pero es ultraconocida en el reguetón—, Hovik Keuchkerian, Daniel Grao, Diego Anido, Unax Ugalde… Es un reparto muy guay. La propuesta del director implicaba para mi personaje una transformación física potente: llevo peluca, dentadura postiza, un ojo de cada color, cicatrices, unos looks con abrigos de piel… En otro momento quizás habría tenido más tiempo para construir el personaje, pero llegué un viernes de México y empecé a rodar. Al ver la propuesta, me asusté un poco, pero me pareció un reto y me lancé. Ahora hacer la promo sin haberla visto me da cierto vértigo porque siento que los demás personajes habitan un código más naturalista. No sé qué he hecho… no sé si me va a dar vergüenza verme o si me voy a meter debajo de la mesa. Es una composición heavy. Pero tengo ganas de verla, de ver el trabajo. Es un thriller comercial, pensado para el gran público.

¿Y qué otros proyectos tienes este año?
En el último cuatrimestre se estrena también La vida es verdad, que rodé en México justo antes. La semana pasada vi una proyección. Si te digo la verdad, me metí en ese proyecto para conocer México. El personaje me hacía gracia, pero el guion no me despertaba mucha confianza; tenía ese síndrome de "quien mucho abarca, poco aprieta", se metía en demasiadas cosas. Pero para mi sorpresa, la directora ha recortado mucho, y al final queda una historia con una mirada femenina sobre la crisis de los 40, los sueños que se nos rompen, lo que dejamos por el camino… Es una peli de personajes perdidos en Tijuana, en Baja California. Fundamentalmente femenina: las protagonistas son mujeres y yo soy el marido de la prota. Digamos que soy "el chico de la peli". Creo que ha quedado guay. La vi y tengo muchas ganas de compartirla. Me parece una feel-good movie con corazón y sabor.
¿Y qué pasa con Zumeca?
Es un proyecto que visibilizo desde el enfado y la frustración. Es la película que rodamos en República Dominicana y de la que tú y yo ya hablamos hace un par de años, cuando hicimos la última entrevista. Yo siento que es la película más bonita que he hecho en mi vida. El Festival de Venecia se interesó por ella, pero los responsables no han terminado de producirla y no le dan salida. Hace casi cuatro años que la rodamos. Me parece una falta de respeto al trabajo de un equipo enorme. Más allá de la inversión económica —es una película de época en blanco y negro, enorme— fue un rodaje durísimo. Un equipo de casi 100 personas dejó dos meses de su vida. Fue estimulante, sí, pero duro. Así que desde aquí, un tirón de orejas hacia ellos. Espero que la saquen.

Vienes de estrenar Kostya (El hombre que quiso). ¿Qué te motivó a imaginar un futuro alternativo para el Kostya de La gaviota y convertirlo en un monólogo contemporáneo?
Ya sabes que soy un enamorado de Chéjov y de La gaviota, lo llevo tatuado, me acompaña. Me da pena que la gente no tenga curiosidad por conocer su universo por prejuicios, por pensar que es oscuro. Para mí, esto era una forma de darle continuidad a mi trabajo con él. Es verdad que sostener una producción propia es muy difícil: el riesgo económico, la programación, los prejuicios del público con los monólogos y con Chéjov… Para la gira está siendo difícil venderlo, pero te diría que nunca he recibido mejores críticas. Nunca he sentido que un trabajo mío generara tanto impacto. Cada noche es riquísima, sentir que al público le toca algo… Chéjov habla como nadie de los grandes temas de la vida.
La obra te obliga a ser autor, director, productor e intérprete. ¿Cuándo sentiste más vértigo?
Ahora. Durante la creación confiaba mucho en el resultado. Pero venderlo está siendo más complicado de lo que pensaba.
¿Qué sientes que aportas como director cuando trabajas con textos clásicos?
Solo me atrevo a adaptar textos que me resuenan. Ahora, por ejemplo, estoy en proceso de crear un espectáculo para Matadero. No me atrevería a dirigir algo que no siento como mío. Para mí, dirigir un texto pasa por convertirlo en discurso personal.
Han pasado más de 20 años desde tu nominación al Goya. ¿Cómo ha evolucionado tu preparación como actor desde aquel joven hasta hoy?
Siento que la vida y el oficio me lo han puesto más fácil. Kostya ha sido clave: al ser director, actor y productor, mi prioridad era contar la historia. Me di cuenta de que a veces, como actor, me complicaba demasiado el proceso. Ahora accedo más fácil al trabajo.
Participaste en MasterChef Celebrity, algo fuera de tu zona habitual como actor. ¿Qué buscabas?
No buscaba nada. Me lo propusieron en una cena en San Sebastián, por pura casualidad. Al principio dije que no, pero me ofrecieron una cantidad de dinero pornográfica. Llevaba años cargando con la etiqueta de actor de prestigio, y pensé: si no me están ofreciendo protagonistas y esto me lo pagan así, ¿por qué no? Me dejé llevar. Cuando vi que tenía que pasar por encima de mí mismo para seguir, me fui. No me arrepiento de haber entrado ni de haberme ido.

El año pasado dijiste que el mundo del cine sigue siendo profundamente homófobo. ¿Qué ha cambiado o no desde entonces?
Tengo conflicto con este tema, porque no me gusta repetirme, pero es que la realidad sigue siendo así. Sigue siendo noticia que un actor abiertamente homosexual sea el protagonista de un blockbuster. Por ejemplo, Jonathan Bailey lo está logrando, pero sigue siendo la excepción. Aún hoy se cuestiona si un actor gay puede ser creíble. A mí me parece absurdo. Un personaje debe hacerlo quien mejor pueda encarnarlo, sea cual sea su orientación, edad o raza. Yo no he sentido techo de cristal por mi sexualidad, pero desde fuera sí me lo han hecho sentir.
También hablas de la presión por la imagen. ¿Cómo te proteges creativamente del algoritmo?
Si no puedes contra el enemigo, únete. Este año cumplo 45, y si me hubiera cuidado así con 10 años menos, habría sido Brad Pitt en El club de la lucha [ríe]. Hago deporte, cuido la piel, me hago todos los tratamientos posibles. Jeff Goldblum, con más de 70 años sigue siendo atractivo. Él dice que es una forma de permitirse seguir deseando. Me parece sano. Sé que tengo pocos seguidores, pero dentro de mis límites, juego el juego.
¿Cómo equilibras la intuición con la técnica cuando un director pide algo muy concreto?
Depende mucho del director y la secuencia. A mí me cuesta entrar en la emoción, tengo tendencia a fiarme más de la técnica. Pero haciendo Kostya me he reconciliado con la intuición. Me he dado cuenta de que la intuición te lleva a lugares donde la técnica no llega.
Cuando escribes —teatro, guion o novela—, ¿qué viene primero: una imagen, una voz o un tema?
Ahora mismo tengo el cajón lleno de proyectos, y hasta que no dé salida a algunos, no veo sentido a seguir escribiendo. Solo escribo cuando tengo una necesidad urgente de contar algo. Me falta oficio para escribir por escribir.

¿Dónde te gustaría estar dentro de cinco años?
No quiero renunciar a nada. Aunque estoy cansado de la autoproducción. Me ha dado libertad, pero es precaria. Me gustaría seguir alternando proyectos mainstream con obra propia, pero con respaldo, sin tener que hacer yo solo cada parte del proceso, desde escribir hasta subir el banco al escenario cada día.
Con la irrupción de la inteligencia artificial en guion y doblaje, ¿qué lugar crees que queda para la interpretación humana?
Es un tema que me da miedo. Elijo pensar que a mí no me va a pillar del todo, que le tocará más a la generación que viene detrás. Me da miedo que se pierda lo único que nos hace distintos: la impronta humana, el estilo personal, lo artesanal. Quiero pensar que los directores que admiro no caerán en eso, que habrá quien siga siendo fiel al oficio. Pero lo que viene… da pavor.
fotos: Juanjo Molina y Belén Trillo
estilismo: Sandra Escriña
Maquillaje y peluquería: Wild van Dijk
Producción: Victoria Mouriño