No dejas de dar vueltas. Tienes algo importante por hacer, pero no te pones con ello. Sin embargo, no te entregas a la holgazanería. Todo lo contrario. Encuentras otras múltiples tareas secundarias con las que implicarte. Y es que la procrastinación no tiene que ver con la pereza, ni con la vagancia. En todo caso, se trataría de una vagancia insatisfecha, el arte de perder el tiempo con culpabilidad.
El procrastinador es, de hecho, extraordinariamente activo. Su condición es que aquello que no hace debe de ser lo prioritario. Y esto se debe, curiosamente, a un excesivo perfeccionismo. La fantasía de que llegará un momento idóneo para comenzar “en serio” le lleva a posponer indefinidamente la tarea inacabada. Los libros de autoayuda nos bombardean con trucos, rutinas y estrategias para canalizar nuestra voluntad y lograr ser más proactivos, pero ¿y si la procrastinación fuera el efecto de un ideal productivista?
Hemos interiorizado que solo a través del trabajo productivo podremos realizarnos como personas. ¿No existe acaso una realización personal a través del trabajo no productivo? Quizás tengamos que aprender a perder el tiempo sin culpabilidad. Y, también, a cerrar algunas de las ventanas de nuestro ordenador. Aquí tres obras para “perder el tiempo” que nos harán reflexionar sobre la productividad.
Lo que no fue: En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust

La gran novela francesa, una de las cimas de la literatura del siglo XX, tiene como tema central la errancia. Un narrador anónimo nos sumerge en los recuerdos de diferentes momentos de su vida, desvelando como las decepciones, las desilusiones y el hecho de encontrarse perdido, retrospectivamente, son comprendidos como momentos de un proceso de liberación. Y es que, como afirmaba Proust, los verdaderos paraísos son los paraísos perdidos.
Ahora me pongo con ello: La procrastinación eficiente, de John Perry

“Para ser eficiente siempre debes trabajar en algo importante que te sirva de excusa para no hacer algo aún más importante”. John Perry, profesor de filosofía de Stanford, decidió explorar su propia procrastinación y llegó a la conclusión de que podía sacarle provecho. Este divertidísimo ensayo nos muestra cómo la autoironía es el primer paso para comenzar a procrastinar mejor
El heroico holgazán: El Gran Lebowski, de los hermanos Coen

Los Ángeles. Jeffrey, El Notas, vive completamente a su bola. Su atuendo diario, dentro y fuera de casa, es una bata, unas gafas de sol y una combinación de pijama deportivo y chancletas playeras. Solo tiene una pasión: los bolos. El Notas quiere estar tranquilo, pero el mundo parece conspirar para no dejarlo en paz. Una serie de absurdos eventos terminarán por, en contra de su voluntad, implicarle en una aventura con secuestro de por medio. Un filme desternillante que demuestra cómo el humor puede ser un género cinematográfico de primer nivel.