Si solo fuera Isabel Marant la que ha subido el polo de punto de nuevo a la pasarela, no estaríamos hablando de una tendencia, pero sí nos parece interesante asociar la prenda a ella, a la filosofía de su marca y a su estilo.
El polo de punto nos lleva a los 70 y los 90, cuando se fundó la marca. Nos recuerda a nuestra madre llevándolo con los mom jeans cuando no se llamaban aún mom jeans, pero también a nuestro padre, hermano, tío o vecino. Y es que el polo de punto, además de poder saltar de década en década, cada 20 años al parecer, tiene la capacidad de hacer funambulismo en esa línea social trazada entre lo masculino y lo femenino.
Isabel Marant es el reflejo de la mujer francesa que la cultura pop nos ha incrustado en el cerebro. Amiga de Caroline de Maigret, una de las autoras de Cómo ser parisina estés donde estés, abandera esa idea de moda sencilla, cálida y realista que hace que nos reconozcamos en el espejo y que estemos orgullosas de lo que vemos. De nuevo aparece el encanto de lo cotidiano que contiene ideas como la del amor propio, pero también la de usar una prenda de forma diferente dependiendo de la hora del día que sea, adaptándonos a la ocasión, o utilizar una barra de labios como tal, pero también a modo de colorete y sombra.
El polo de punto se deja ver también gracias a la vuelta de la estética preppy y old money, que juega con la baza de la naturalidad como una de sus bases, aunque todas sepamos que las apariencias engañan. Matilda Djerf, la influencer del momento y causante de que ahora te estés arrepintiendo de haberte cortado el flequillo, es una de las mejores embajadoras de esta prenda capaz de jugar en todas las posiciones: formal para trabajar, casual para disfrutar de un brunch u oversize a modo vestido para las noches más largas.
