A finales del siglo XIX , Madrid quiso construir en su parque de El Buen Retiro una estatua en honor a Cristóbal Colón. Con sus más de 300 metros, el monumento competiría con la Torre Eiffel. Aspiraba a arrebatarle el título de símbolo europeo. El arquitecto Alberto de Palacio y Elissague, firma encargada de la estación de Atocha, quería competir con el gigante de hierro de la capital francesa. Planeaba construir una esfera gigantesca que contendría centros de estudios colombinos y museos. En el ecuador, tendría un mirador. El presupuesto frustró el proyecto.
La del monumento fallido, señala Mario Garcés, diputado, jurista y escritor, es una anécdota casi tan desconocida como la relación de Cristóbal Colón con las mujeres. Fueron convulsas y complicadas. Algunas llegaron, incluso, a acelerar y modificar sus planes. Al principio y al final de su vida, cuando la financiación para sus viajes llegaba y cuando se le denegaba.
Una de las primeras fue la portuguesa Felipa Moniz. En el país luso, Colón contrajo con ella matrimonio. Fue, oficialmente, la esposa de Cristóbal Colón. Era adinerada y culta. Su padre alentó sus estudios y logró ponerla en contacto con las teorías náuticas del cosmógrafo Toscanelli. Falleció en 1485. Entonces, Colón abandonó Portugal. Con su hijo Diego, el italiano viajó hasta Córdoba. Allí, bajo el reinado de los Reyes Católicos, Colón instaló su residencia.
En tierras andaluzas, el genovés conoció a Beatriz Enríquez de Arana, de familia campesina. Fue, aventura Garcés, quizá la relación sentimental más tierna que mantuvo Colón. La miseria los esperaba. Debían mantenerse con las ganancias que traían a casa los libros que él, envuelto en una capa raída, conseguía vender. La presencia de la cordobesa se diluye en la vida de Colón. Tuvieron juntos un hijo, Hernando, y tras el descubrimiento de América, ordenó que recibiera 10.000 maravedises de forma anual. Su hijo Diego, responsable de que Beatriz percibiera el dinero, no cumplió su mandato y ella se vio forzada a vender parte de sus propiedades para sobrevivir.
Mientras planeaba surcar los océanos, Colón, con una agenda mariekondizada, encontró tiempo para las amantes. Beatriz de Bobadilla, una noble castellana casada con el alcalde de los Reales Alcázares de Segovia, fue una de ellas. Quizá, la más importante. Bobadilla había sido elegida consejera y persona de confianza de Isabel I Castilla. Gracias a la aventura, el camino hacia la financiación para la ruta occidental hacia las Indias se allanó. El resto es historia.