Los clones de Marilyn Monroe en el cine y las actrices más destacadas de los años 50

Tras la segunda guerra mundial surge un grupo inagotable de actrices que encarnaron un mundo nuevo. Con o sin curvas, más o menos distinguidas, europeas y americanas...el mundo de Marilyn y el mundo de Audrey.
Marilyn Monroe

Occidente, destruido tras la Segunda Guerra Mundial, situó a las mujeres como icono de belleza, de prosperidad, de nuevo renacer. En plena “época de oro” de Hollywood aparecieron figuras que pasarían a la historia como iconos del siglo XX, aquí te hablamos de ellas, de Marilyn Monroe, de Audrey Hepburn, de Elizabeth Taylor...

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A mediados de la década de los 40 se dice adiós a los trajes sastre cuadrados que recordaban al uniforme militar, se dice adiós a la delgadez de cuerpos aniñados imperantes entre las it girls de los años 30, se dice adiós a las femmes fatales del cine negro malvadas, gélidas, sin sonrisa. No se quería en absoluto que recordara a la carestía, a la guerra, a los padecimientos ni al hambre.

En los años 50 triunfó la superfeminidad ofrecida con el New Look de Christian Dior de finales de los 40, por eso triunfaron las pin ups de grandes sonrisas y shorts diminutos. Por eso triunfó Marilyn Monroe. Porque si uno piensa en una mujer que haya marcado la estética, la moda, el cine, la idea de América y el sueño americano a lo largo del siglo XX, esa es Marilyn Monroe.

Marilyn Monroe: la rubia más famosa de todos los tiempos

Con la rubia más famosa de todos los tiempos triunfó la exuberancia y triunfó la idea de que se empezaba una nueva etapa. El cine de finales de los 40 y, sobre todo, el de la década de los 50 es el del triunfo del color, el del mejor western, el de las comedias sofisticadas, el del musical. 

De esta etapa la reina indiscutible fue Marilyn Monroe. La fragilidad, sensualidad y cierta melancolía que despertaba está hoy fuera de toda duda. Era magnética y una excelente actriz y sus trabajos en Con faldas y a lo loco, Vidas rebeldes o El príncipe y la corista, así lo demuestran. De turbulenta vida amorosa y personal, fue una de las actrices más rentables -y explotadas- no solo de la década de los 50, sino de todos los tiempos.

Los clones de Marilyn Monroe

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Su sombra fue tan alargada que, por supuesto, tuvo sus clones. La Twentieth Century-Fox quiso tener su propia Marilyn con Jayne Mansfield (Una mujer de cuidado) y Sheree North (El teniente era ella), pero no lo logró y se las vio siempre como burdas y limitadas copias. Posaban como ella, vestían como ella, se peinaban y maquillaban como ella. Pero no eran ella. Universal Pictures hizo lo propio con Mamie Van Doren (Running Wild) y la RKO con Diana Dors (El precio de un hombre) sin lograrlo, pues todo lo que tenían de voluptuosas lo tenían de vulgares y sus carreras se quedaron en la serie B. Solo Columbia Pictures, con Kim Novak pareció crear a su propia estrella con algo más de personalidad, que logró llegar a lo más alto con películas como la obra maestra Vértigo o la simpática Me enamoré de una bruja, pero, tampoco era Marilyn Monroe.

La alegría de la voluptuosidad

Hubo otras actrices que inspiraban esa sensación de abundancia y que marcaron la década. Cómo olvidar a la grandísima Ava Gardner (Mogambo, La condesa descalza) descrita, y con razón, como “el animal más bello del mundo”. Melodramas, noir, aventuras... Todo lo hizo y todo lo hizo bien, y se llevó, además, esa alegría de vivir a España, que la adoptó y la adoró.

Getty - Ava Gardner

Los 50 también pertenecieron a la siempre eterna Elizabeth Taylor, niña prodigio de la MGM que se había convertido en mujer –y qué mujer– y que hizo temblar a medio mundo con Gigante y La gata sobre el tejado de zinc, con sus suéteres ceñidos y sus enaguas blancas. 

Getty - Elizabeth Taylor

Aunque también hubo algunas actrices más explícitas y menos talentosas que despertaron no pocas pasiones del pueblo americano como Jane Russell (Los caballeros las prefieren rubias) por cuyos prominentes pechos se hizo obligatorio que las actrices llevaran sujetador en pantalla, la exótica y algo hierática Yvonne de Carlo (El capitán pirata) o Debra Paget cuyo erótico baile en La tumba india es aún hoy inolvidable.

Getty - Jane Russell

De Europa también llegaron ecos de sensualidad evidente de la mano de la exuberante y excelente actriz inglesa Jean Simmons (Espartaco, Sinuhé el egipcio) o las no muy talentosas Sophia Loren (El signo de Venus), Gina Lollobrigida (Trapecio) y Brigitte Bardot (Y Dios creó a la mujer). Pero, sin duda, la década de los 50 perteneció a Marilyn Monroe.

Getty - Sophia Loren 

Actrices aniñadas

Paradójicamente, al tiempo que triunfaba un prototipo de mujer y de idea del sueño americano a un paso sólo de la propaganda, con blusas diminutas y la evidencia de sus curvas, de manera espontánea y natural, sin previo aviso, llegaba otra. Llegaba ese tipo de mujer adorable, resuelta, dulce y trabajadora, de grandes dotes para la familia y el sacrificio y de talentosa voz. Llegaba la Doris Day de Confidencias a medianoche. Llegaban las heroínas del cine de aventuras que eran capaces de verse inmersas en las historias más temerarias y de ponerse serias y dramáticas cuando la ocasión lo exigía. Llegaban la Deborah Kerr de Quo Vadis? y De aquí a la eternidad y la Janet Leigh de Scaramouche y Sed de mal.

 Los 50 fue también la década de los musicales que contó con sus respectivas reinas como Debbie Reynolds, Leslie Caron y Cyd Charrise que hicieron soñar al mundo entero en tecnicolor y sus impresionantes bailes con Cantando bajo la lluvia, Un americano en París y Melodías de Broadway, respectivamente, y en cuyas coreografías se sigue viendo hoy la grandeza del género. 

En esta época llegaba también la versión americana del cuento de hadas de la mano de la distinguida y lánguida Grace Kelly. La historia que la llevó del corazón de Hollywood a la vieja Europa es de guión de cine, pues su breve carrera, de diez exitosas películas –entre las que están Solo ante el peligro o Crimen perfecto–, culminó con su boda con el príncipe Rainiero de Mónaco, a quien conoció durante el rodaje de Atrapa a un ladrón en la Riviera, convirtiéndose así en parte de la realeza europea. Más Hollywood imposible.

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Pero hubo una más. Una muchacha belga de pelo corto, que vestía con pantalones pitillo y bailarinas y que evidenciaba sin ningún complejo –al contrario– su total ausencia de curvas, que acabaría reinando como la más grande. Según la lista de Las 50 mayores leyendas del cine publicada por el American Film Institute, Audrey Hepburn es la número tres, sólo por detrás de Katharine Hepburn y Bette Davis. Llegó al mundo del cine trayendo aires nuevos y sin pretensiones, con un Óscar bajo el brazo y la mirada inocente de quien no tiene intención de pasar a la historia, de quien tiene la intención de comerse el mundo. Tal vez por eso, logró ponerlo a sus pies. Los 50 también fueron de Audrey.

Getty - Audrey Hepburn

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