No, Britney Spears no inventó los pantalones supercortos. Tampoco las prostitutas ni una jovencita aficionada a las tijeras. Aunque te cueste creerlo, los pantalones cortos tienen casi un siglo de vida; y por supuesto, no nacieron con vocación de provocar o exhibir curvas. Surgieron durante los años 30, con el auge de las actividades al aire libre. En aquella época, la gente de bien empezó a circundar sus mansiones con pistas de tenis, campos de golf y piscinas, y les urgía una prenda cómoda, que les permitiera moverse con libertad y, ya de paso, broncear sus patitas.
En los años 50, España se hallaba inmersa en la primera etapa del franquismo, pero en muchos países de Europa y al otro lado del Atlántico la economía despegaba y las mujeres, tras años de penurias y abstinencia social, exigían a la moda algo más. ¿Conclusión? La alta costura vivió una época dorada, al tiempo que florecía la estética pin-up.
El pantalón corto se convierte en el favorito de las actrices para ser retratadas, ya sea en estudio o en la playa, y desde el papel cuché, la prenda se fue infiltrando en la vida cotidiana. Pero ya no se trataba de los diseños que rondaban desde hacía dos décadas, sino que se sofisticaron, perdiendo sus connotaciones deportivas. En Estados Unidos los denominaron short shorts, y The Royal Teens les dedicó una canción. No obstante, se consideraba una pieza bastante controvertida.

Inspirándose en los coches Mini y los vestidos de las bailarinas, Mary Quant había lanzado la minifalda en 1965. Pero su clientela, embriagada por la liberación sexual, seguía reclamando prendas minúsculas en la boutique de King’s Road. A finales de los 60, la londinense responde a sus peticiones con unos pantalones que solo se prolongan 5 cm desde la línea de tiro. ¿La novedad? No persiguen la mirada masculina sino todo lo contrario: la emancipación femenina.
Elaborados en seda, terciopelo, cuero o croché, el diario Women’s Wear Daily los bautizó como hotpants en 1975. Los firmaban grandes marcas pero también se vendían en tiendas de barrio, y los llevó todo tipo de mujeres en todo tipo de circunstancias. Fueron un éxito entre el público.
Desde el inicio de la década, estos pantalones definieron el vestuario setenteros; incluso, el masculino. Sobre todo, porque las nuevas tecnologías permitieron que los hotpants se interpretaran en telas más fluidas como el poliéster, perfecto para moverse en la pista de baile durante la era disco.

Lejos de limitarse a la escena nocturna, los hotpants formaron parte de muchos uniformes femeninos: azafatas de vuelo, acomodadoras, integrantes de la jet-set, deportistas... en una corriente que se ha extendido hasta nuestros días. El problema llegó durante la segunda mitad de los 70: la prenda pasó a integrar la estética de las trabajadoras del sexo, y su popularidad cayó en picado entre el gran público. A pesar de nacer como una expresión de libertad, su éxito también se debía a la acogida entre los espectadores masculinos y su errónea interpretación del diseño.
Los pantalones cortísimos cayeron en desgracia durante la década siguiente, aunque las reinas del pop –Jennifer López, Christina Aguilera, Britney Spears o Kylie Minogue– los hicieron resurgir en las décadas posteriores.
Enmarcados en el revival setentero que vive la moda (croché, grandes cuellos puntiagudos, flecos...), las grandes fir- mas los ensalzan esta temporada. Eso sí, ahora los hotpants son más cortos que nunca, y sus declinaciones no pueden ser más diversas: deportivos en Hermès o Brandon Maxwell; sofisticados en Yves Saint Laurent, Chanel o Longchamp, casual en Dolce & Gabbana y Fendi; bohemios en Isabel Marant, Dior y Etro.