Según Platón la felicidad es una idea, así como el bien, la justicia y el amor. Alcanzarla es trascender mediante el intelecto el mundo sensible que está plagado de formas aparentes y devaluadas. Platón lo ha dicho en la alegoría de la caverna, en el 370 A.C., y todo parece indicar que sigue estando en lo cierto. La felicidad muchas veces se nos presenta como una meta difícil de alcanzar por los sentidos.
La humanidad siempre se ha preguntado si es un estado permanente o efímero, si se trata de momentos o de un río subterráneo tan potente que trasciende todo lo que nos pueda afectar. Cada persona tiene su propia concepción sobre cómo ser feliz, sin embargo cuando la sentimos nadie cuestiona su definición.

Imaginemos ahora que esa abstracción tan peculiar en cada ser humano en algún momento de la vida debe ser compartida con otra. Nos enamoramos y formamos pareja; la pasión y el voluptuoso deseo de estar con el otro nos abruman. Todo parece estar claro en tanto la felicidad: se trata de estar juntos. Pasamos a compartir la vida, luego la casa , los gastos, la familia y las responsabilidades. Tiempo después somos un monstruo de dos cabezas. El enamoramiento pasó y ahora... ¿Dónde está la felicidad individual? ¿Dónde está la felicidad mutua?
Establecer objetivos personales hoy parece ser lo más sencillo sin embargo el verdadero desafío se plantea en pareja. En los matrimonios de antaño, aquellos que duraban toda la vida, los roles estaban lo suficientemente establecidos como para que cada uno supiera a dónde ir. Nuestras abuelas criaban hijos, nuestros abuelos trabajaban, alcanzaban metas económicas juntos, en la mesa se compartía la comida y la vida. Si eran felices no lo sabemos, pero estaba claro que era por allí y, ante la duda de algo, el hombre establecía qué camino seguir.

Hoy tenemos múltiples variedades en el ser, podemos alcanzar la felicidad de diversas formas. Las mujeres obtuvimos libertad e independencia. Tener opciones ha mejorado nuestra vida a todo nivel, pero la ha complejizado en el área de llevar adelante una felicidad conjunta. Las metas para alcanzarla ya no están estandarizadas. Con la maternidad cuestionada, y con la posibilidad de establecer rumbos intelectuales y profesionales se han difuminado aquellos roles del deber ser para la felicidad. Ahora traer hijos, comprar el coche, agrandar la casa quizás no alcancen como metas para mover la relación hacia adelante.
Se nos están planteando nuevos desafíos en tanto felicidad y libertad individual, ¿cómo hacemos para concretarla cuando nuestros caminos se bifurcan? ¿Cómo hacemos para establecer una felicidad mutua que contemple nuestros deseos sexuales, emocionales, intelectuales por fuera de los estadios únicamente económicos? Quizás haya que hacer como dice Platón, salir de la caverna y mirar el sol, buscar la perfección y las ideas puras del amor y la felicidad. Hacer el bien, al otro y a uno, sabiendo que quizás implique separar las casas, pero no el corazón, abrir la pareja a otras formas de amar, hacer un viaje individual, o respetar el deseo de cumplir sueños que nada tienen que ver con el otro. El sol puede cegarnos al salir de la caverna pero poco a poco nos iremos acostumbrando a favor de formas más puras, dejando atrás las aparentes.