En un mundo donde las fragancias definen épocas, existe una que las ha atravesado todas: Farina 1709 Eau de Cologne. Reconocida como la primera colonia de la historia, esta esencia fresca y cítrica cambió para siempre la manera en que el mundo percibe el aroma. Con más de tres siglos de existencia, esta obra olfativa ha seducido desde emperadores hasta poetas, entre ellos Napoleón Bonaparte, Johann Wolfgang von Goethe y Wolfgang Amadeus Mozart. Su delicado equilibrio entre elegancia y naturalidad la convirtió en un símbolo de refinamiento, tan versátil que conquistó tanto a damas como a caballeros. Una primavera perpetua, aún viva en un perfume que se sigue vendiendo a día de hoy.
Johann Maria Farina: el alquimista de los sentidos
Una vida dedicada al arte del perfume
Johann Maria Farina nació en 1685 en Santa Maria Maggiore, Italia, y fue mucho más que un perfumista: fue un visionario. Hijo de una familia con una rica herencia en el comercio de bienes de lujo, su talento para la destilación y su exquisito olfato lo condujeron a crear algo inédito en la historia europea. Se estableció en la ciudad alemana de Colonia, desde donde escribió al mundo con gotas de perfume. Además de su legendaria Eau de Cologne, creó otras composiciones olfativas como Claudia, pero fue esta fragancia la que marcó su legado. Eligió firmar su creación con su propio nombre como un sello de autenticidad. Farina no solo fundó un aroma, fundó una tradición que perdura intacta varias generaciones después.
El alma cítrica de una mañana italiana
Composición de un perfume que trasciende el tiempo
"Mi fragancia me recuerda a una mañana primaveral italiana después de la lluvia", escribió Farina en 1708. Con esa carta a su hermano nacía no solo una descripción, sino una imagen sensorial. Farina 1709 Eau de Cologne es un poema cítrico: la bergamota, el limón, la mandarina y la lima dan el primer acorde, chispeante y efervescente. Le siguen notas florales que susurran elegancia, jazmín, jacinto y lirio de los valles, como un jardín secreto escondido tras la bruma matutina. El fondo, profundo y sereno, descansa sobre maderas nobles y almizcle, gracias al sándalo, al cedro y a ese velo de suavidad cálida que sólo el tiempo y el arte saben componer. Un perfume fresco, atemporal, una de esas colonias frescas de mujer que son un éxito desde hace años.

Farina Eau de Cologne Original, un lenguaje sin palabras
Emociones, memorias y la ciencia del refinamiento
El secreto de la Eau de Cologne no es solo su fórmula, sino la sensación que despierta. Cada gota es una cápsula de memoria, un viaje sensorial que evoca la pureza de la naturaleza y la ligereza del espíritu. En una época donde los perfumes eran densos, animales y especiados, esta sinfonía cambió las tendencias hacia un camino más aireado y fresco. Fue como abrir una ventana en una habitación cerrada durante siglos. Su elegancia sutil la hizo irresistible a la nobleza, y su frescura universal la convirtió en símbolo de buen gusto. Hoy, sigue siendo producida con esencias naturales, recogidas con precisión casi alquímica. Su armonía resiste el paso del tiempo.
De ciudad medieval a capital del buen gusto
Para entender Farina Eau de Cologne, hay que imaginar Colonia a inicios del siglo XVIII: una ciudad bulliciosa, vibrante y maloliente (un rasgo muy típico en la época). En sus calles se mezclaban culturas y mercancías, pero no precisamente aromas agradables. Allí, entre sedas y tabacos, Johann Baptist Farina fundó una tienda de artículos franceses. Su hermano, Johann Maria, aportó el alma del bálsamo: una fragancia que no solo perfumaba, purificaba. Influido por la tradición italiana de las aqua mirabilis, aguas medicinales y perfumadas, Farina adaptó la receta con precisión casi científica. Así nació Farina Eau de Cologne, una fragancia pensada para oler bien, elevar el ánimo, refrescar el cuerpo y acariciar el alma.

La conquista de los sentidos en todo el continente
En 1716, Farina comenzó a enviar su Eau de Cologne fuera de Colonia. Primero, tímidamente, a ferias y a la nobleza local. Pero pronto, su frescura recorrió Europa. París, Viena, Lisboa o Ámsterdam, dondequiera que llegaba, conquistaba. Su frasco alargado, verde y elegante (llamado Rosolien) se convirtió en sinónimo de lujo. Los ejércitos franceses, tras la Guerra de Sucesión polaca, llevaron el perfume a sus tierras, regalándolo a esposas, amantes y reyes. La fragancia era vista como medicinal, incluso curativa. Cada botella venía con un manuscrito explicando su uso, a veces hasta para el aliento o para frotar sobre la piel. A mediados del siglo XVIII, Farina Eau de Cologne ya no era un secreto, era una obsesión.
La fábrica más antigua del mundo sigue en pie
Situada frente a la plaza Gülichsplatz, la casa Farina aún respira el aroma de su ADN inicial. Identificada por un tulipán rojo —símbolo de su autenticidad—, esta es la fábrica de perfumes más antigua en funcionamiento del mundo. Allí, no solo se produce la mítica colonia, sino que se guarda la memoria olfativa de una civilización. Visitar el Museo del Perfume es sumergirse en una experiencia multisensorial. Ver manuscritos originales, frascos centenarios, recetas y correspondencia con reyes. Desde 1709 hasta hoy, ocho generaciones de la familia Farina han mantenido viva la tradición. Sin lugar a dudas, en cada gota de Farina 1709 Eau de Cologne, resuena la promesa de su artífice: un perfume que jamás pasará de moda, porque nació para hacer historia.