En los años 80 la visión de esta mujer revolucionó el arte en España

Cinco años después de cerrar su galería y tras donar su colección, Soledad Lorenzo nos abre las puertas de su casa de Madrid y hace balance de una vida hecha de pérdidas irreparables y grandes descubrimientos.
Soledad Lorenzo, en su casa, ante una obra de Juan Ulsé

Soledad Lorenzo (Torrelavega, Cantabria, 1937), en su octava década de vida, delgada, elegante, con una fortaleza de espíritu que se camufla en una aparente fragilidad y sin pelos en la lengua, sigue manteniendo su mirada curiosa y encendida, abierta a todo.

Precisamente ese saber mirar es el que, a finales de los 80 y en compañía de otras galeristas, marcó un antes y un después en la historia de nuestro arte contemporáneo. A cambio el arte, como si se tratara de un gurú, ha sido un guía en todos los aspectos de su vida.

Soledad Lorenzo, en su casa, ante una obra de Juan Ulsé - thomas canet

Ella, al frente de la galería que llevaba su nombre, organizaba exposiciones promoviendo a artistas que rompían con lo establecido en aquella época, cuando España se encontraba a años luz de lo que se cocía en el resto del mundo.

En 2012 echó el cierre definitivo a su icónico espacio, pero no al disfrute de más de 400 obras que conforman una espléndida colección –con nombres como Palazuelo, Tàpies, Louise Bourgeois, Gordillo, Barceló, Soledad Sevilla, Sicilia o Broto– que hace unos meses donó al Museo Reina Sofía.

Ya sin un espacio que la respalde, aunque más distanciada pero no ajena a la movida artística, sigue dando que hablar y es un lujo escucharla. "Soy sociable y me sorprende que gente que no conozco de nada aún me pare en la calle y me diga: '¡ay, cómo la echamos de menos!'", comenta con una sonrisa serena y cierta ingenuidad.

Un retrato firmado por Pedro Mora preside el pasillo que conduce al dormitorio principal. - thomas canet

Soledad nos recibe en su loft de 180 metros cuadrados y techos de cuatro metros de altura, donde vive desde hace 10 años. Los ladrillos blancos contrastan con las vigas de madera del techo y los inmensos ventanales parecen una extensión de su personalidad. El arte hizo posible comprarlo.

En un antiguo edificio rehabilitado del Madrid viejo, pertenecía a un cliente que solía invitarla para que le ayudara a colgar las obras que le había comprado. Enamoradísima del inmueble, la galerista le pidió que, si se enteraba de que alguno similar quedaba a la venta, no se olvidara de ella.

Pero todo estaba vendido. Sin embargo, dos años más tarde, él mismo le vendió el suyo. "Es muy cómodo. Está dividido en la zona de dormir y la de estar, donde tengo el comedor, una chaise longue para tumbarte, el comedor y mi escritorio".

Dos Barceló hacen de cabecero en la habitación de Soledad Lorenzo. - thomas canet

Ahora que es Soledad Lorenzo a secas, sin la identidad de galerista respetada, lo vivido, sin nostalgia, le reconforta todavía más: "En el mundo del arte cada uno de los cinco sentidos tiene su papel y en conversaciones normales con los artistas –no esas de ponerte inteligente–, eso aflora”.

“Valoras ese sentido de la mirada, que es emocional y que al final te hace decir 'vete a verlo' porque no hay otra solución. Aprender a valorarla ha supuesto para mí un gran enriquecimiento”, añade.

“Y por eso el cambio de galerista a no galerista no me ha afectado. He amado mucho mi profesión y ahora la sigo de cerca. Lo esencial, el amor al arte, no lo he perdido". A pesar de que la vida le reportó solo parabienes en el terreno de la plástica, a nivel personal se enfrentó desde muy joven al dolor y a la soledad de corazón.

El rincón de trabajo en casa de Soledad Lorenzo, con un enorme cuadro de José María Sicilia. - thomas canet

"De niña yo no había vivido la muerte, salvo la de mi abuela, porque los demás abuelos estaban ya muertos, y de repente en cinco años se fueron mis padres, mis hermanos, la tata, que era esencial en casa... y mi marido. No temo a la muerte, te toca cuando te toca. Vivir como he vivido, que estoy fenomenal de salud y con inteligencia, me parece un privilegio”.

Además, añade que “soy muy consciente de la muerte, pero no como horror, sino como vida. Somos supervivientes. Sabes que te va a tocar, así que aprovecha la vida". Del inevitable aprendizaje por la pérdida de seres queridos, Lorenzo rescata lo positivo: "mis maestros han sido mi familia, la muerte y el arte, que me ha abierto la inteligencia a territorios que, sin él, nunca podría haber percibido".

Soledad Lorenzo en el salón de su casa, frente a un gran formato de Victoria Cervera. - thomas canet

Se casó una sola vez y muy joven, a los 21. Quizá no haber tenido hijos –aunque quería, "no vinieron"– y haber enviudado muy pronto haya potenciado su pasión y dedicación al arte. Ahora mantiene una relación de esas de cada uno en su casa con Antonio, un empresario.

"Pienso que el gran amor de mi vida no lo he tenido. Me enamoré, me casé y me quedé viuda demasiado rápido. Tuve algunos amores de paso, ninguno con defectos gordos o beldades apabullantes, hasta que llegó Toni. He tenido una vida muy libre. He hecho lo que me ha dado la gana".

De esos novietes que Soledad menciona, ninguno tenía relación con el arte. En casa del herrero, cuchillo de palo. "A los artistas no los veo inteligentes para la vida. Son cultos, leen, escriben, se puede hablar con ellos, pero la inteligencia de sus miradas es complicada... ¡en el amor a veces parecen tontos!"

Una escultura de un mono de Miquel Barceló bajo otra, de madera y en colores blanco rojo y azul, de Peio Irazu. - thomas canet

Sabe de lo que habla porque Soledad Lorenzo, además de galerista, era casi traductora o terapeuta de sus artistas. Les tenía pillado el punto a todos. "Cada uno era único y eso me encantaba; también te ayuda a no aburrirte", recuerda sonriendo.

Para luego añadir que "la rareza de la que se habla en el caso de los artistas se debe a que su inteligencia viene de su forma de ver. No es la misma que la de un escritor o un escultor. No escriben; aman ver, viven de la mirada, de la emoción visual, no de la palabra. El resto vivimos de lo que hablamos y nos contamos. Es tan simple como eso".

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