La tendencia de jardinería urbana que está revitalizando las capitales

Los huertos urbanos están en auge en las grandes ciudades de todo el mundo. Te contamos todos los detalles.
Huertos urbanos

Los huertos urbanos crecen en ciudades de todo el mundo. En Madrid, los primeros surgieron hace casi una década gracias al activismo vecinal. Hoy en día, son lugares de convivencia donde nacen, además de plantas ecológicas, redes ciudadanas que reivindican la soberanía alimentaria y nutren el sentimiento de comunidad.

Son las 10 de la mañana de un domingo de verano. Muchos madrileños siguen durmiendo. No es el caso de los hortelanos del barrio de Batán, al suroeste de la capital. Para ellos, el último día de la semana también es laborable. A pesar de que hace ya unas horas que el sol ha salido sobre esta colina, el rocío mantiene la tierra fresca. Es día de cosecha. El huerto está abierto toda la semana, pero solo se recolecta los miércoles y los domingos. Quienes trabajen hoy podrán volver a casa con algún regalo de la tierra, como unas pequeñas ciruelas rojas de pulpa amarilla y dulce que brillan entre las ramas.

DE SECARRALES A JARDINES

Donde ahora crecen fresas, ajos y manzanos, hubo en tiempos una escombrera; un terreno abandonado por el ayuntamiento y ocupado por un par de pistas deportivas en mal estado, algunos pinos y restos de botellones. Hace 9 años, dos vecinos decidieron empezar a construir un modesto huerto en una de las laderas. La historia se repite en muchos de los aproximadamente 70 espacios como este que hoy pueblan la ciudad.

En 2014, el gobierno municipal quiso al fin participar en los huertos, cediendo legalmente los terrenos a asociaciones sin ánimo de lucro, lo que favoreció su proliferación.

Huertos urbanos

En Batán, la legalización trajo consigo una ampliación generosa de la parcela de cultivo y dio lugar a lo que hoy se conoce como "el huerto nuevo". Aquí crecen un bosque de árboles frutales (cerezos, ciruelos, manzanos, paraguayos), bancales de temporada (ajos, fresas, infinidad de variedades de tomates, calabacines) y hierbas aromáticas (lavanda, cilantro, orégano).

La zona donde germinó este proyecto es ahora "el huerto viejo", que acoge bancales con plantas medicinales, la compostera y un bosque en construcción. En estos metros cuadrados se practica la permacultura: el diseño de un ecosistema lo más parecido posible al autóctono para que, en unos años, se mantenga sin necesidad de intervención humana. Todos los cultivos son ecológicos. El ayuntamiento lo exige.

Por eso no se tratan con químicos y se abonan solo con productos orgánicos, sobre todo compost de producción propia.

TEJIENDO LA RED

Madrid no es la única gran urbe donde la agricultura gana terreno. En Barcelona, Valencia o Huesca, este tipo de activismo también está en auge. Los principios siempre son los mismos: favorecer la convivencia entre vecinos y con la naturaleza y rehabilitar espacios en desuso. Todas estas ciudades cuentan con su propia red de huertos urbanos, organismos que surgieron para dar visibilidad al trabajo de los hortelanos y favorecer el diálogo con las administraciones locales. A través de ellos se organizan, además, asambleas periódicas (cuando se puede, mensuales) con representantes de los ayuntamientos para revisar la gestión de los terrenos y plantear mejoras.

En el día a día, los huertos se autogestionan. Es habitual que sus integrantes se organicen en comisiones en función de sus conocimientos para tomar las decisiones relativas a la siembra, la cosecha o la división de la tierra. En algunos hay también directivas compuestas por quienes participan más asiduamente. Gracias a las redes municipales, los hortelanos de distintos barrios tienen contacto entre sí. Un grupo de voluntarios de la huerta de Alameda de Osuna, al este de la comunidad, coincide con nosotras en Batán. Han venido hasta aquí para que les enseñen a instalar unos paneles solares que les abastezcan de electricidad.

El Huerto de Batán ofrece una vista curiosa del ba- rrio que le da nombre.

Los ciudadanos encuentran en estos espacios una vía directa para participar en la gestión medioambiental de sus comunidades, una labor en la que muchas veces van un paso por delante de los propios ayuntamientos. El mejor ejemplo son sus composteras, que siempre están abiertas a todos los vecinos para que puedan depositar sus residuos orgánicos. Muchas huertas colaboran también con colegios aledaños para enseñar a los pequeños a cuidar de la naturaleza o con asociaciones que ayudan a personas en riesgo de exclusión social.

DE LOS VECINOS PARA LOS VECINOS

El huerto de Alameda de Osuna es otra muestra del impacto positivo que estos proyectos tienen en las comunidades. Empezó a funcionar hace seis años, cuando el ayuntamiento cedió el terreno (una parcela anexa a un parque del barrio) a una asociación en favor del compostaje. Tomates, berenjenas, melones, sandías o calabacines ocupan el espacio central en estas fechas. Alrededor de ellos se ha levantado un invernadero y una zona social construida con palets, protegida por la sombra de unos imponentes pinos. Bajo ellos también reposan un par de áreas de cultivo de frutos rojos y flora silvestre y un hotel de insectos.

Huerto de Alameda de Osuna

Antonio es uno de sus hortelanos más activos. Acude varios días a la semana desde hace cinco años. Para los jubilados, como él, dice, es una muy buena forma de cuidar la salud física y mental y, sobre todo, de conocer gente. El huerto está al lado de un colegio y muchos alumnos lo visitan con sus padres al salir de clase. Las nociones que los pequeños adquieren aquí son fundamentales para construir ciudades más saludables en el futuro: conocen plantas foráneas que son comestibles, como la borraja, y les hacen reflexionar sobre conceptos tan asentados como 'malas hierbas'. "Hacemos mal en llamarlas así porque no son malas como tal. Son necesarias, entre otras cosas, porque evitan el exterminio de insectos, y muchas incluso son comestible, como la verdolaga", explica el hortelano.

El vacío generacional que queda entre los jubilados y los infantes lo llenan mujeres de mediana edad, que son el perfil mayoritario en los huertos. El avance del feminismo y su vinculación a otros movimientos sociales como el activismo medioambiental favorece la participación de este colectivo en actividades tan masculinizadas como la agricultura. La pandemia también ha ayudado a que se multiplique el interés por estos espacios. Son estas mujeres, por su proximidad de edad (y a menudo, familiar) a los jóvenes, las que garantizan la continuidad de este tipo de proyectos.

LA CURA AL FRENESÍ

Para ser hortelana, el único requisito son las ganas y el compromiso. En algunos huertos hay una cuota (en el de Batán son 18 euros trimestrales; en el de Alameda de Osuna, 10 euros al apuntarse) que pagan quienes pueden. Tener conocimientos de agricultura es totalmente secundario. Hay quien conoce bien el trabajo de la tierra y quien nunca ha tocado una azada. Cada cual aporta lo que puede. Javier pertenece a este último grupo. Trabaja en el huerto de Batán desde que se mudó al barrio, hace tres años, y se encarga de tareas de mantenimiento sencillas pero imprescindibles, como la limpieza del suelo. Además, está investigando cómo atraer más especies de pájaros para aumentar la biodiversidad.

En el invernadero de Alameda de Osuna crecen los primeros brotes de pimiento, apio, rúcula y demás especies comestibles.

"Todo el mundo debería participar en un proyecto de su comunidad", anima el hortelano, que ha encontrado aquí un lugar donde relacionarse con sus vecinos y recuperar el contacto con la naturaleza. El año pasado, cuando la pandemia le dejó sin trabajo, venía aquí cada día. El huerto, cuenta, fue su vía de escape a la ansiedad. Otro de los males que azotan las ciudades y que se esfuma al cruzar las puertas de uno de estos vergeles urbanos.

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