Hay rituales que heredamos casi sin darnos cuenta. Entre ellos, uno que parece tan inofensivo como instintivo: pulverizar el perfume en las muñecas y, acto seguido, frotarlas entre sí. ¿Te resulta familiar? Probablemente lo viste en tu madre, en tu abuela e incluso en más de una amiga. Esta costumbre, aparentemente inocente, se ha instalado como un gesto universal que promete fijar mejor la fragancia. Pero la realidad es muy distinta y un perfumista se encarga de explicar el motivo.
Sin dar grandes rodeos, este movimiento tan clásico es uno de los principales errores al aplicar el perfume. Julien Dubois, experto en fragancias y voz profesional en el blog de Maison Alhambra, lo explica de forma clara y concisa. De hecho, advierte que esta técnica para aplicar el perfume y que dure más puede tener consecuencias fatales para la composición olfativa. Y es que la alta perfumería es mucho más delicada de lo que pensamos, detrás de cada frasco se esconden capas aromáticas diseñadas para desplegarse lentamente, como una sinfonía que se disfruta en el tiempo.
Adiós al frotar las muñecas tras aplicar perfume
La química detrás de una fragancia
Detrás de cada fragancia existe una arquitectura compleja: notas de salida, corazón y fondo. Cada una cumple una función precisa. Las primeras, ligeras y volátiles, son el flechazo inicial; las segundas aportan carácter y cuerpo; las terceras, profundidad y fijación. Cuando aplicamos el perfume y lo dejamos reposar, estas fases se suceden de forma armónica. Sin embargo, cuando frotamos, ese equilibrio se rompe. El calor y la fricción aceleran la evaporación, eliminando la parte más efímera y chispeante de la creación, lo que reduce la riqueza de la experiencia olfativa.

Este gesto tan automático impide que las notas de salida, esas que te seducen en los primeros segundos, brillen como deberían. Son moléculas extremadamente delicadas, a menudo cítricas o herbales, pensadas para ser la carta de presentación del perfume. Si las borramos antes de tiempo, la transición hacia las notas de corazón se vuelve abrupta, perdiendo matices y sensualidad. En otras palabras, esa fragancia que tanto te enamoró en la tienda no se percibirá igual en tu piel. El resultado: un aroma menos sofisticado y mucho menos duradero.

Entonces, ¿cómo aplicar el perfume de forma correcta? La clave está en la paciencia. Pulveriza a unos 15 centímetros de la piel, preferiblemente en puntos de pulso: cuello, muñecas, detrás de las orejas o en la curva del codo. Después, deja que el líquido se asiente y se evapore por sí mismo. Nada de frotar, nada de acelerar el proceso. Así respetas la estructura original del aroma y prolongas su presencia durante horas. Es un ritual sencillo, pero marca la diferencia entre un perfume que se desvanece y otro que se convierte en tu sello personal.
De acuerdo con Dubois, hay más trucos para alargar el efecto sin comprometer la esencia. Antes de aplicarlo, hidrata la piel con una crema neutra: las superficies hidratadas retienen mejor las moléculas aromáticas. Otra opción es aplicar un toque de vaselina en los puntos estratégicos, o incluso jugar con productos de la misma línea, como geles y lociones, para potenciar el rastro. Todo esto contribuye a que la fragancia mantenga su carácter original, algo que se pierde por completo si insistes en frotar las muñecas.