En realidad es un bizcocho. Los ingredientes lo delatan. A esta receta la llamamos de pan de plátano porque el inglés dice que lo es. Y porque el español hace con las traducciones lo que le viene en gana. Die Hard se convirtió en La Jungla de Cristal y The Seven Year Itch en La tentación vive arriba. Un título atraviesa el Diccionario de la Real Academia Española como un preadolescente cruzaba las puertas de Lluvia de estrellas. Aquello que saliera tras el humo blanco tendría otra identidad.
La cuarentena ha sembrado nuevos hobbies. En Instagram las acuarelas y el croché se propagan por las Stories y se multiplican por los muros. Los muffins y las tartas se esconden. Los hidratos se retiran de la vida pública. Apenas se mantienen aferrados al humor autodestructivo de Twitter. Una patita de harina mantienen, no obstante, los carbohidratos en cada red social. El pan de plátano, o banana bread, en su identidad internacional, pasea por tuits y fotografías saturadas. El furor repostero respeta la lógica. Tiene sentido que, en 2020, la sección de la frutería se case con la de repostería. Emplear como base unos plátanos refresca la despensa. La libera y le da una solución. La receta se deshace ahora de la fruta que más superficialmente envejece para asegurarte que en el futuro también lo podrás hacer. Obtener la excelencia en la elaboración del pan de plátano es una promesa. La de no tener que volver a tirarlos por ancianos. El banana bread erradica la gerontofobia platanera.
Un pan de plátano recomputa la tradición repostera. Se infiltra entre la harina y la mantequilla para jugar con las calorías. Alivia las conciencias con su condición de fruta. Forra de sano el pastel. Se traga la culpa.
Se convierte, además, en algo exótico. No eres tu abuela haciendo un bizcocho de canela ni unas monjas vendiendo uno de limón. Eres moderna y usas plátano, fruta tropical y suave, que no rueda en rodajas por el interior de la puerta de la nevera. En el pan de plátano se confirma el paso de una nueva generación.

En Sally’s Baking Addiction, el recetario de la estadounidense Sally McKenney, el pan de plátano se hace, formalmente, bizcocho. El éxito de la repostera se pone en pie sobre dos pilares: cremosidad y elevación. La repostería de Sally nunca es seca. Lo consigue gracias a la inclusión de yogur griego en sus recetas. La densidad del lácteo repele la sequedad. Y la repostería de Sally es esponjosa. La combinación de levadura y bicarbonato sódico logra que el aire se cuele entre la harina con facilidad. Con sus directrices, bizcochos y muffins se esponjan. Para completar su receta, necesitarás:
- Cuatro plátanos de tamaño grande
- 250 gramos de harina
- 1 cucharadita de bicarbonato sódico
- ½ cucharadita de canela en polvo
- Un pellizco de sal
- 2 huevos grandes a temperatura ambiente
- 80 gramos de yogur griego
- 115 gramos de mantequilla
- 150 gramos de azúcar moreno
- 1 cucharadita de extracto de vainilla
Para completar su receta, necesitarás:

Tras triturar los plátanos, combinarlos con el huevo y el azúcar y unirlos en un bol al resto de ingredientes húmedos, deberás mezclar la masa en un cuenco grande con los elementos secos. Bate el resultado. Colócalo, a continuación, en un molde previamente engrasado con mantequilla. Tras 30 minutos en el horno, a una temperatura de 180ºC, deberás comprobar el estado de la cocción. En algo menos de cinco minutos, el bizcocho deberá estar listo para abandonar el horno.
McKenney sugiere emplearlo como pan. Puedes cortar una rebanada y emplearla como barco para tus tostadas. Ella las cubre con mantequilla. Pero la mantequilla le sobra. La que contiene en la receta es suficiente. El bizcocho de plátano combina bien con chocolate blanco y arándanos o con chocolate con leche y avellanas. O con chocolate negro y mermelada de naranja amarga. Al gusto, puedes añadirlos a la masa en la última fase del batido. Las combinaciones, como ahora las vidas del plátano, son múltiples.