La autora Deborah Levy regresa a España con El hombre que lo vio todo, una historia en la que juega con los estereotipos de género y trata el sexo, el poliamor y las frustraciones. En ella, también habla de cómo las personas reescribimos a través de la memoria y lo hace en dos partes, cuestionando la segunda a la primera.
Con su nuevo libro, vuelve al universo de la ficción, que había dejado a un lado en sus últimas publicaciones (Una casa Propia), que tienen un carácter autobiográfico y de las que también nos habla a continuación.
La entrevista empieza casi por sí sola, cada palabra pronunciada con precisión y un aire de serenidad que cautiva la atención. Deborah Levy no dice nada en vano. Un comentario casual sobre la diferencia de nuestros acentos al hablar se convierte en una breve pero profunda reflexión sobre cómo desarrollamos nuestra voz. Así, en el primer minuto de conversación, la autora recordó su mudanza de Sudáfrica a Inglaterra cuando era niña, nos contó un poco sobre el reto que esto supuso y, con la actitud casual de quien domina su arte, lo calificó como un tema potencial para un libro. Y todavía no habíamos llegado a sus fascinantes ideas sobre el tiempo, la historia, el amor e incluso las selfies.
En tu libro El hombre que lo vio todo hay una fractura temporal que sucede en Abbey Road. ¿Por qué elegiste este lugar?
Es un monumento, pero todos podemos participar de él. Es una pieza de la historia que se está reconstruyendo constantemente en el presente, así que vemos allí ya lo escurridizo del tiempo.
¿Qué querías explorar con la relación de Saul y Jennifer?
Quería que Saul describiera lo que es ser objetificado, sexualizado. Jennifer tiene 24 años en la década de los 80, una época muy difícil para ser mujer. Y, siendo fotógrafa, ella quiere ser un sujeto y no un objeto. Mi meta en el libro era crear un personaje femenino al que nunca describo físicamente, sino llenarla con una vida interior, darle un propósito.
Y aún así, ama a Saul
Sí, creo que es mucho más interesante escribir desde una posición de amor que de odio, porque el amor es mucho más arriesgado, hay mucho más que perder que en el odio.
¿Cómo has evitado darle a tu trilogía de autobiografías una sensación de conclusión?
Yo les llamo autobiografías vivas, un término que inventé, porque no quería escribirlas al final de mi vida, sino dentro de ella. En Una casa propia hablo sobre las fantasías domésticas y de la casa soñada que tenemos, y de las dificultades que conlleva. Y hablo sobre temas tabú, como el dinero, así que al terminar, la casa ideal no es algo que ya haya alcanzado, y no tiene una sensación de conclusión.
En El hombre que lo vio todo hay espectros que acechan tanto a los personajes como a la historia. ¿Te enfrentaste a algún espectro al escribir tus autobiografías?
El espectro en mi autobiografía es el dolor de que el amor no perdure. Porque eso es lo que todos buscamos, así que es la confrontación del espectro de la verdadera tristeza de que el amor no perdure. Y en la novela tomé lo personal, lo histórico y lo poético y trato de encontrar un nexo.
¿Crees que las selfies le quitan poder a la fotografía?
¡Me encantan! Es verdad que ahora sentimos que no estamos experimentando algo si no lo fotografiamos, pero por otro lado... ¿quieres una selfie?
