Los 80, esa época larga y mágica que, en España, arrancaría poco a poco tras la muerte de Franco en el 74 y tendría sus últimos coletazos con los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, fue la década más loca, underground, extraña y divertida del siglo pasado.
En los 80 pasó de todo: mientras el alcalde Tierno Galván animaba a entregarse en cuerpo y alma a la noche madrileña, los niños sucumbían ante los encantos de Parchís, el fútbol se postraba ante la Quinta del Buitre y la comedia ante Martes y Trece, y el Un dos tres, Barrio Sésamo y Verano azul llenaban nuestro país de un color que no ha vuelto a tener.
La música no fue menos... Tino Casal, Julio Iglesias, Joaquín Sabina y José Luis Perales coexistían en las listas de números uno con Miguel Bosé, Los Secretos, Los Pecos, Los Nikis, Loquillo, Hombres G y los indiscutibles reyes de la época, Mecano. Todo ellos llenaron durante esa década larga garitos, plazas y estadios a lo largo y ancho del país. Todo era posible.
No es de extrañar que en medio de ese panorama irrepetible apareciera de pronto una punkie rara, una especie de marciana insólita, outsider y fronteriza con un maquillaje excesivo, peinados rompedores y vestimenta imposible. Y que robara el corazón de media España. Se trataba de una chica joven, de belleza nada canónica y una voz grave y oscura que se convertiría en madrina de toda una generación.
Precoz en todo

Había nacido en México en 1963. Hija de español y de cubana, no hubo en su infancia nada o casi nada que hiciera pensar a Olvido Gara que veinte años después iba a estar dando 100 conciertos al año por toda España, país que la adoptó y que la aceptó en toda su diferencia.
Cuando llegó a Madrid a los 10 años, a una sociedad todavía franquista, emigrada y de padres divorciados, se sintió encorsetada. No se integró entre sus compañeras de clase. Se sentía disfrazada vistiendo de uniforme y pasaba el tiempo del recreo leyendo en una esquina, solitaria. Dejó el colegio a los 14. Alaska quería dedicarse a la música y su madre, Pilar, apoyó su decisión, pero la puso a trabajar de secretaria. "Tuve unos 14-15 años complicados –diría–, porque en plena Movida todo el mundo salía y yo estaba en casa leyendo a San Juan de la Cruz".
Rompiendo moldes y clichés, ya con 20 años intervenía en La Clave, de José Luis Balbín, rodeada de intelectuales y diplomáticos a los que impresionaba con su ponderada manera de hablar, la lucidez de sus argumentos y la claridad de su verbo.
"Nací vieja" dice Alaska. Una vieja que suplió su abandono voluntario de la escuela con una erudición trabajada y asombrosa en alguien de su edad, que igual citaba a Ortega y Gasset que a John Waters. Aquella punkie que indignó a media España por la controvertida y cutrosa Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, de Pedro Almodóvar, impresionó a la otra media. Y no por sus mechas y coloretes morados o naranjas, no por sus crestas a lo mohicano, ni sus rastas de un metro, ni por su voz de tío. Alaska impresionaba porque tenía cerebro.
Década prodigiosa

Su cronología como cantante es como los 80 en sí mismos, muy sencilla y compleja a la vez. Sencilla porque ha formado parte de cuatro grupos, y compleja, porque con ellos pasó del punk al glam rock, de lo más alto a lo casi residual, de las salas de mala muerte a los festivales más importantes del mundo, de los millones de copias vendidas a la ruina.
Para entender su trayectoria basta recordar que en 1977 conforma, como guitarrista, el grupo Kaka de Luxe junto a varios jóvenes de entre los que destacan dos nombres: Nacho Canut y Carlos Berlanga. El primero, un niño bien del barrio de Salamanca, hijo del entonces mejor ortodoncista de Madrid, y el segundo, hijo del cineasta Luis García Berlanga. Qué loco todo. Qué extraño. Y qué natural, al mismo tiempo. Porque el punkie es divergencia.
El grupo Kaka de Luxe se disuelve porque a los chicos les tocaba hacer la mili y en el 79, forman Alaska y los Pegamoides. Con ellos llegó Bailando, el primero de los cinco números uno que lograron en la década; pero desavenencias, sueños distintos, manías creativas y demás cosas corrientes de la vida llevan a la disolución del grupo cuando estaba en lo más alto.
Tras algunos culebrones intermedios, se forma Alaska y Dinarama en 1982. A ellos, por supuesto, les debemos Cómo pudiste hacerme esto a mí, Ni tú ni nadie, A quién le importa y Mi novio es un zombie. Y en esa época, además, hizo algunas colaboraciones con Los Nikis y Loquillo que fueron una locura deliciosa.
Entre medias, Alaska se colaba todos los sábados por la mañana en los salones de media España. El 6 de octubre de 1984, la historia de la televisión iba a sufrir un iconoclasta y gamberro golpe de efecto con la primera emisión de La bola de cristal, un programa para niños narrado de manera muy particular, con electroduendes, la a veces aterradora Bruja Avería y la estrambótica cantante como presentadora...

Fangoria y Mario
Con la llegada de los 90, Alaska deja la televisión y deja Dinarama formando con Nacho Canut, Fangoria. Y ya llevan 30 años. Lo curioso de esta unión es que supieron pasar del rock punk a los sonidos electrónicos, la disco music y el acid house con total naturalidad.
Empezaron a producirse a sí mismos y perdieron muchísimo dinero, no necesariamente en ese orden. Entraron en una etapa de sequía, no creativa, pero sí de contratación, porque les llamaban para conciertos, fiestas de verano o festivales, aunque exigiéndoles el repertorio "antiguo". Pero ellos se negaban. No es que renegaran. Al contrario. Siempre han hablado con mucho cariño de Pegamoides y Dinarama, pero Fangoria era otra cosa.
Ellos se mantuvieron con perseverancia, riesgos controlados y decisiones importantes. Una de ellas, trabajar con el joven y talentoso promotor, Mario Vaquerizo que, como es sabido, cambió la vida de Alaska. No sólo porque ya después, como mánager, les supo situar en un panorama de directos que merecían por derecho propio, sino porque se enamoraron y casaron contra todo pronóstico en Las Vegas en 1999. Él, vestido de Elvis; ella, de Morticia Adams. Dios los cría y ellos se juntan.

Desde entonces, el matrimonio es un fenómeno sociológico, cultural y madrileño en sí mismo. Tanto, que en 2011, MTV España estrenó el reality show Alaska y Mario, que pretendía mostrar su vida en ocho capítulos y que se extendió durante siete años y cinco temporadas, hasta los 32.
En la última década Alaska ha seguido haciendo de todo, desde teatro con su marido en El amor sigue en el aire y La última tourné, pasando por poner sus voces a Frankenstein y Eunice en Hotel Transilvania, a presentar Cine de barrio, en TVE, donde se incorporó en 2020 para sustituir a Concha Velasco al frente de un programa que le apasiona.
Icono de los derechos LGTBI desde hace décadas, su canción A quién le importa se convirtió en himno oficioso del colectivo hace unos años. Y le encanta. Y es que, después de 30 años, Pegamoides, Dinarama y Fangoria son un todo que Nacho Canut y ella reivindican y reinventan todo el rato.
