Aunque invisibles para el gran público, restauradoras, científicas, conservadoras, bibliotecarias, archivistas, vigilantes, personal de limpieza e ingenieras han contribuido, y contribuyen, con su talento y dedicación, a hacer del Museo del Prado el mejor museo del mundo. Su labor diaria es esencial para preservar el patrimonio artístico de la humanidad.
Justamente, el óleo de María Isabel de Braganza, pintado por Bernardo López Piquer en 1829, es una de las obras preferidas de Marina Chinchilla, directora adjunta de Administración del Museo. Marina es la responsable de que este enorme campus museográfico, de una superficie de 76 000 m² que comprende 7 edificios, casi 800 trabajadores y que recibe al año más de tres millones de visitantes, funcione, día y noche, 365 días al año, con la precisión de un reloj. Su gestión impecable garantiza el funcionamiento fluido de una institución de tal magnitud.
Eva Cardedal, ingeniera industrial, es la jefa del servicio de mantenimiento e instalaciones del museo. Desde su puesto de mando, ubicado en la sala de máquinas bajo el edificio de los Jerónimos, está al frente de un equipo de 32 profesionales y es la encargada de gestionar los sistemas de climatización y electricidad que sostienen todo el complejo museístico. Su labor es fundamental para preservar los edificios históricos y las valiosas colecciones del Prado. Es responsable de las condiciones ambientales necesarias para conservar las obras y también maneja la iluminación de todos los edificios, así como de cada una de las obras expuestas. Eva representa un ejemplo de liderazgo femenino en un sector históricamente dominado por hombres, donde su calidad profesional desafía los estereotipos de género en ingeniería y gestión de infraestructuras culturales.
Velando por la seguridad
Desde hace más de 20 años, Yolanda Navarro García trabaja en el Prado. Empezó como vigilante de sala, como han empezado muchos de los trabajadores del museo, y hoy es la encargada general de vigilancia y seguridad. Su trayectoria es un ejemplo de dedicación y crecimiento profesional en el museo.

Su día empieza a las 7:30 de la mañana comprobando que todas las obras se encuentran en perfecto estado, labor que se repite cada día, también por la noche. Navarro y su equipo, compuesto mayoritariamente por mujeres, vigila las piezas expuestas al público, así como el embalaje, desembalaje y la entrada y salida de cada obra. La seguridad y preservación del patrimonio artístico están en sus manos.
Además de supervisar las áreas visibles del museo, se encarga también de vigilar los almacenes y áreas no visibles para el público. Durante sus recorridos diarios por las 121 salas de exposición, Yolanda se detiene siempre unos minutos delante del busto de Isabel II, velada, realizado en 1855 por el escultor Camillo Torreggiani. Esta obra, que combina historia y virtuosismo artístico, es una de sus favoritas. Tiene un especial afecto por la figura de Isabel, quien fue coronada reina a los 3 años gracias a que su padre, el rey Fernando VII, derogó la ley sálica. Cada día le sigue maravillando la destreza del cincel del escultor italiano, que logró transformar el duro mármol en un velo delicado que transparenta las facciones de la reina.
El arte de restaurar
Este mundo invisible que se esconde tras los muros de este inmenso museo está compuesto por numerosas mujeres profesionales; todas y cada una de ellas dan vida al Prado. En este intrincado universo desconocido para el gran público, las restauradoras merecen un capítulo especial.

La restauración de obras de arte es importante. Requiere una combinación de ciencia, arte e intuición, un campo en el que las mujeres han demostrado una maestría excepcional. En el Museo del Prado, aproximadamente el 68 % de los profesionales de restauración son mujeres. El taller de restauración, reconocido como referencia mundial, llega a restaurar hasta 130 obras al año. La misión de las restauradoras es conservar, proteger y devolver a las obras del museo su aspecto original.
Para adentrarnos en este mundo, conversamos con Pilar Sedano Espín. Con 40 años de trayectoria, es una eminencia en este campo. Durante 13 años ejerció como jefa del departamento de conservación del Museo Reina Sofía, donde creó y dirigió el departamento de restauración. En 2003 fue reclutada por Miguel Zugaza, entonces director del Prado, y nombrada jefa del área de restauración para dirigir la organización del nuevo departamento dentro del proyecto de ampliación del museo. Pilar Sedano es una figura clave en la restauración y conservación de nuestro patrimonio artístico.
Pilar nos cuenta que cuando asumió la dirección del área de restauración, el departamento necesitaba una renovación integral. Obtuvo y diseñó un nuevo espacio de cuatro plantas completamente dedicado a la restauración, creando laboratorios de química y fotografía, e instalando equipos de microfotografía, análisis químicos y radiografías. Estas técnicas no invasivas permiten abordar la restauración con metodologías científicas avanzadas y tratar las obras desde una perspectiva multidisciplinar. Explica Sedano que la restauración no es modificar, es revelar. “Nuestra función —recalca— es preservar, nunca mejorar o reinterpretar. Trabajamos con un principio fundamental: respetar la integridad del artista.” Cada decisión del proceso de restauración es documentada meticulosamente, creando un registro que será útil para futuras generaciones de investigadores.
Sedano también estableció vínculos cruciales con grandes museos internacionales como el Louvre, el British Museum o el Metropolitan de Nueva York. Esta red de intercambio de conocimientos y técnicas de restauración ha permitido desarrollar protocolos innovadores para la conservación.
Cuando le pregunto qué es lo que más le gusta de su trabajo, sin dudarlo, contesta que lo más fascinante del proceso de restauración es descubrir los secretos que esconden las obras. Esos cambios que el pintor hace durante el proceso creativo, conocidos como “arrepentimientos”, solo pueden revelarse mediante técnicas como la reflectografía infrarroja. Estas herramientas permiten visualizar capas ocultas, identificar pigmentos originales, detectar intervenciones anteriores y comprender las técnicas y la personalidad de los maestros. No es extraño que su pintor favorito sea Velázquez, un maestro en el arte de transformar, cambiar y reinventarse en el mismo lienzo.
En la restauración de esculturas, el desafío es aún mayor. Materiales como el mármol, el bronce o la madera requieren tratamientos específicos. Las restauradoras del Prado, como Sonia Tortajada, han desarrollado técnicas para consolidar estructuras, eliminar sales que corroen metales y estabilizar policromías antiguas sin alterar su integridad histórica. Estas profesionales son parte químicas, parte historiadoras, parte artistas y parte detectives. El laboratorio de restauración del Museo del Prado es, prácticamente, un centro de investigación científica de primer nivel.
Las olvidadas y las mecenas
Las cifras son desconsoladoras: en las colecciones del Museo del Prado, apenas un 3 % de las obras expuestas son de artistas mujeres. En sus dos siglos de historia, nunca una mujer ha dirigido el museo más importante de España. Esta ausencia no es casual, sino el resultado de un sistema que ha excluido a las mujeres de los espacios artísticos. Durante siglos, las mujeres tuvieron prohibido pintar profesionalmente, acceder a academias o participar en premios artísticos.

A la reina Cristina de Suecia no solo debemos la colección más valiosa de escultura clásica que se puede admirar hoy en el Prado, sino también joyas del patrimonio mundial, como las tablas de Adán y Eva de Durero. María de Hungría, gobernadora de los Países Bajos, hermana de Carlos V y tía de Felipe II, levó al Prado varias obras maestras, entre ellas uno de sus lienzos más destacados, El Descendimiento, de Van der Weyden, que hoy se puede admirar en la sala 58 del museo. Mariana de Austria, reina regente de España entre 1665 y 1675, cuestionada por su condición de mujer y extranjera, e Isabel de Borbón, apodada cariñosamente "la Chata", también fueron grandes mecenas que definieron el rumbo artístico de la época y contribuyeron significativamente a las colecciones del Prado.
Sin olvidar a María Isabel de Braganza. Gracias a su buen hacer y su interés por el arte, el edificio diseñado por el arquitecto Juan de Villanueva en 1785, no se utilizó para albergar la Academia de Ciencias Naturales y Gabinete de Historia Natural como estaba previsto originalmente. La reina portuguesa pidió a su marido, el rey Fernando VII, que el edificio se dedicara al Real Museo de Pintura y Escultura, fundando así en 1819 el Museo del Prado que conocemos y visitamos hoy.