Después de convertir su nombre en una de las marcas más populares del diseño internacional, el británico Tom Dixon (Sfax, Túnez, 1959) desembarca en Ikea. Sí, estás leyendo bien.
A su exclusiva colección de creaciones, que se extienden por los campos de la iluminación, los muebles, los accesorios (su colección de cristalería Bump ha sido un hit en el último Maison et Objet) o el interiorismo (acaba de terminar una brasserie en los Campos Elíseos y ultima una línea de cruceros) se añade ahora una cama-sofá (que no un sofá-cama) para el gigante sueco.
Accesible a casi todos los bolsillos, en ella se concitan una apariencia básica y una filosofía compleja, porque Dixon habla de "hackeo": su estudio ha concebido la versión básica, y a su posterior desarrollo contribuirán terceros y los propios usuarios. Nos lo contó durante los Democratic Design Days, la presentación anual de Ikea.

¿Por qué una cama?
Una cama es algo difícil: el tamaño, el colchón... No hay mucho que puedas hacer desde el diseño, pero es la pieza más importante de la casa, donde pasamos más tiempo. Me gustaba la idea de que algo tan primario se pueda ir transformando a medida que tu vida va cambiando.
Usted habla de "hackear" lo que no deja de ser un mueble.
Pensamos en un sistema, más que en una pieza de mobiliario. Como el iPhone: no es una pieza fija, la gente le añade apps para hacer cosas.
Queríamos algo a lo que pudiéramos añadir "apps" a medida que la gente evoluciona en su forma de vivir. Y tenemos a "hackers" externos colaborando, como una firma que hace fundas para sofás.
¿La accesibilidad del buen diseño, normalmente muy caro, es un problema que debemos enfrentar?
El diseño es una de las cosas que se ha hecho más accesible y más universal. Yo creo que consigues lo que pagas por ello, en términos de materiales o de ingeniería.

Cuando era músico en Funkapolitan, en el Londres underground de los 80, la premisa era el DIY. ¿Lo echa de menos?
Tengo un pequeño taller, y cuando lo echo de menos, puedo ponerme manos a la obra. Al contrario de lo que pueda parecer, a medida que mi negocio ha crecido me ha quedado más tiempo para volver a hacer estas cosas.
¿Se puede seguir siendo contracultural hoy, cuando el sistema lo integra todo?
Es más difícil por la velocidad a la que las cosas son apropiadas por las grandes corporaciones. Quizá la contracultura está ahora más en lo que no es físico –en el crimen online, en el universo digital– que en la ropa o en los muebles.
Y no ha habido una revolución tan gigantesca en términos de nuevos materiales como en los sesenta, por ejemplo. Pero en el diseño hay toda una revolución industrial esperando a suceder con la digitalización.

¿Cómo decidió meterse en el mundo de las fragancias?
Surgió con nuestros trabajos de diseño interior. Hacíamos hoteles o restaurantes y especificábamos los olores que queríamos para esos espacios. Me hizo pensar en los intangibles del interiorismo:
De manera natural te fijas en la luz, pero ahora también es un gran desafío la acústica, por ejemplo. Jugar con los 5 sentidos es clave, ir más allá de las formas y el confort.
Después de tanto cobre, ¿qué otro material le interesa?
Nos estamos fijando más en los textiles, para compensar tanto metal. Más suavidad, más texturas, más color. Y en la cerámica. Fue mi primer amor en la escuela. Quiero mancharme las manos con barro, volver a la esencia.