"Se dice que las mujeres somos más emocionales, aunque no lo tengo claro. Lo que sí parece es que somos más conscientes de nuestro malestar", según la psiquiatra María López-Ibor. “Sentirse abrumada no es lo mismo que estar rota. Pero, si esa sensación se instala durante días o semanas, quizá ha llegado el momento de escuchar lo que el cuerpo y la mente están tratando de decirnos”, advierte la Dra. María López-Ibor. En un contexto donde las emociones extremas parecen normalizadas y la exigencia diaria apenas deja espacio al autocuidado, cada vez más mujeres jóvenes experimentan síntomas que oscilan entre el miedo difuso, la apatía y el agotamiento físico y mental. Saber distinguir si se trata de un malestar o de un trastorno que requiere atención es hoy más necesario que nunca. Hablamos con la Dra. María López-Ibor, psiquiatra, catedrática y presidenta de la Fundación López-Ibor, para que nos ayude a entender los síntomas de la ansiedad y la depresión, por qué afectan más a las mujeres y cuándo debemos pedir ayuda. Para la psiquiatra madrileña,
La ansiedad y la depresión, a menudo mal entendidas, no siempre se presentan como cuadros clínicos definidos. La ansiedad es la respuesta al estrés, la respuesta que nosotros damos a lo que nos está sucediendo y es una respuesta normal. Pero, a veces, es más intensa o duradera y puede convertirse en un síntoma de alguna enfermedad o en un trastorno. En la depresión, que es una enfermedad mucho más compleja, también hay síntomas de ansiedad en muchas ocasiones, por lo que pueden confundirse. La ansiedad presenta síntomas físicos como el insomnio o molestias gastrointestinales, palpitaciones, pero también psicológicos como falta de concentración, irritabilidad, sensación de tensión interna. En la depresión, pueden también aparecer síntomas físicos como el insomnio o la pérdida de apetito, y también problemas de atención o concentración. Pero, sobre todo, una incapacidad de disfrutar de las cosas.
Según la Organización Mundial de la Salud, en el mundo, más de 280 millones de personas padecen depresión y más de 300 millones sufren trastornos de ansiedad. La OMS define la salud mental como "un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, trabajar de forma productiva y contribuir a su comunidad". Esta definición nos recuerda que la salud mental es una condición activa de equilibrio personal y social, además de la ausencia de trastornos.
Y ¿por qué las mujeres somos más vulnerables ante la depresión y la ansiedad? Nuestro riesgo es entre un 50% y un 70% mayor que el de los hombres. La Dra. López-Ibor lo atribuye a “varios factores biológicos, en especial hormonales, pero también sociales. Tradicionalmente, se dice que las mujeres somos más emocionales, aunque no lo tengo claro. Lo que sí parece es que somos más conscientes de nuestro malestar”. “Nos exigimos demasiado, y a menudo en silencio” y hace especial hincapié en que la mente es también biología y tiene mucha conexión con lo que pasa en nuestro organismo.
Ya en el siglo XX, el Dr. Juan José López Ibor hablaba de la “angustia vital” para describir ese estado existencial de sufrimiento difuso que invade el cuerpo, la emoción y la voluntad. “Mi abuelo ya hablaba de cómo la persona afectada de angustia vivía atrapada en un presente sin salida. Es un concepto que hoy sigue teniendo plena vigencia”, recuerda.

El entorno tampoco ayuda. “Durante décadas hemos vivido bajo la ilusión de que lo controlamos todo. El hombre había llegado a tal nivel de desarrollo que tenía el mando del Universo y, de repente, hemos descubierto que no controlamos nada y que estamos expuestos a situaciones inimaginables y que la propia naturaleza se ha rebelado contra nosotros, recordándonos lo frágiles que somos”, reflexiona. Quizá por eso, estos acontecimientos también han cumplido una función inesperada: han puesto sobre la mesa los problemas de la salud mental con una naturalidad con la que no se había tratado hasta ahora. Hablar de emociones, de terapia, de límites o de agotamiento psicológico ha dejado de ser tabú para convertirse, poco a poco, en un derecho a ser escuchadas y comprendidas.
En este nuevo paisaje emocional, “hemos normalizado vivir en alerta”, lamenta la psiquiatra. “Y cuando por fin nos detenemos, todo el desgaste emocional acumulado cae sobre nosotras”.
Nuestra fragilidad, al descubierto
La psiquiatra madrileña detalla seis factores que explican este aumento de la ansiedad y la depresión y la desestigmatización de estas dos condiciones:
- Eventos de alto impacto emocional: la pandemia, temporales como Filomena, desastres naturales como la DANA, o situaciones inesperadas como el apagón energético han incrementado la percepción de vulnerabilidad y pérdida de control sobre nuestras vidas y nuestro entorno.
- Precariedad laboral y económica: que afectan directamente a la estabilidad emocional, al no poder hacer planes de futuro.
- La sobreexposición a las redes sociales: que nos empujan a una comparación continua, ideales inalcanzables y sobreestimulación emocional.
- El aislamiento: la globalización y la movilidad geográfica hace que vivamos más solas, con menos apoyo de la comunidad o de la red familiar cercana.
- El sedentarismo y falta de contacto con la naturaleza: el abandono de hábitos saludables, como caminar al aire libre, preferiblemente en compañía, repercute directamente en el bienestar mental.
- El exceso de multitareas y un nivel cada vez más alto de autoexigencia. Nos hemos autoimpuesto una realidad en la que tenemos que ser “perfectas” en todo lo que hacemos: la mejor mujer, la mejor madre, la mejor ejecutiva, la mejor amiga, … hasta el agotamiento emocional, que puede cronificarse.
El autocuidado, un ‘must’
La buena noticia es que se puede prevenir con hábitos de vida muy sencillos y, según una perspectiva revolucionaria de la Universidad de Harvard, no se trata solo de combatir el estrés, sino de transformarlo en una oportunidad real para cultivar el bienestar físico y mental mediante prácticas conscientes y sostenibles.
- Dormir entre siete y nueve horas diarias
- Cuidar la alimentación
- Practicar ejercicio físico regular
- Exponerse a la luz natural
- Dedicar tiempo a técnicas de relajación o mindfulness
son hábitos fundamentales. Pero la Dra. López-Ibor destaca uno en particular: “Cuidar nuestras relaciones afectivas es tan importante como dormir bien o hacer deporte. Sentirnos escuchadas, apoyadas, conectadas emocionalmente nos protege del aislamiento y de la desesperanza”.No se trata de tener muchos contactos, sino de contar con lo que llama “vínculos reales”. “Un vínculo sincero, donde podamos mostrarnos vulnerables sin miedo, es un escudo potentísimo frente a la ansiedad y la depresión”, enfatiza.
El regalo más grande
¿Y cuándo es momento de pedir ayuda? “Cuando el malestar dura más de dos semanas y empieza a afectar nuestra vida cotidiana. Si dejamos de disfrutar lo que antes nos motivaba, si el sueño, el apetito o el rendimiento en el trabajo o los estudios se ven alterados, hay que consultar. Pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino de autocuidado y de responsabilidad”, afirma con claridad.
Y si no eres tú quien sufre, sino alguien cercano, también hay formas de acompañar. “No se trata de dar consejos, ni de minimizar su dolor. Basta con estar presentes, escuchar de verdad y, si es posible, ayudar a la persona a dar el primer paso para buscar ayuda profesional”, recomienda. Proponer actividades sencillas, acompañar a una cita o, simplemente, estar disponibles puede ser un punto de inflexión. “La presencia auténtica, el estar ahí sin expectativas, es el regalo más grande que podemos ofrecer”, concluye.
En un mundo hiperconectado que corre a toda velocidad, tal vez el acto más revolucionario sea precisamente ese: detenernos, mirar a los ojos, y sostener el tiempo de quien aún no puede sostenerse por sí misma.